No todas nuestras aventuras son divertidas. Todo lo
contrario. La mayoría de nuestras intervenciones, si no son rutinarias, suelen
ser tristes o desagradables por las circunstancias que se dan o las
consecuencias para los implicados. Por suerte, nuestra mente tiene un sistema
de protección por el que olvidamos con más facilidad los momentos malos y
recordamos los buenos para no caer en una depresión permanente. Aún así, en
ocasiones hay elementos que impiden el olvido de esos momentos tristes y duros.
A veces muy duros. Elementos como las flores que alguien, supongo que la madre,
renueva desde hace años en el lugar en el que un chico de 16 años tuvo un
accidente con su moto y se dejó la vida. Toda la vida.
Cuando llegamos al accidente el chico ya estaba muerto. No
hace falta ser médico para darse cuenta de eso. A veces las técnicas de
resucitación logran su objetivo y por eso se llaman así, porque antes la
víctima estaba muerta.
Venía con un grupo de amigos, todos en sus ciclomotores,
desde un pueblo cercano. Al llegar a un cruce se le atravesó un coche e impactó
de lleno a máxima velocidad contra el lateral del turismo. Encontramos el casco
lejos del cuerpo y abrochado. Suponemos que lo traía sobre la cabeza, a modo de
gorro, para que le diera el aire y refrescarse porque hacía mucho calor. Pero,
de haberlo llevado bien puesto, tampoco le habría salvado la vida porque las
lesiones internas eran fatales, como imaginamos en aquel momento y nos
confirmaron después.
El aviso nos pilló muy cerca y varias patrullas llegamos
enseguida. Cuando llegamos, dos personas ya estaban haciendo maniobras de
resucitación al chico y nos dijeron que eran médicos. Iban a trabajar en su
coche, habían sido testigos directos del accidente y no dudaron ni un momento
en hacer su trabajo. Llevaban equipos básicos de urgencias (cánula de Guedel,
AMBU y otros instrumentos) y se pusieron a intentar el milagro de reanimarlo
porque sabían que el chico estaba muerto.
Organizamos la regulación del tráfico para que ellos
pudieran trabajar lo mejor posible y procuramos tapar la escena a los cotillas
que frenan el coche para ver en directo un poco del espectáculo morboso, que
siempre es mejor verlo en directo que ver uno de esos programas de miserias en
la tele. Tengo que reconocer que nuestra parte del trabajo fue impecable, pero
eso no salva vidas.
La ambulancia llegó rápido. El equipo sanitario está
acostumbrado a actuar en estas situaciones y todos los miembros del equipo
sabían su papel. Las órdenes del médico de la ambulancia pidiendo medicación,
monitores, apertura de vías y otras cosas de su oficio eran constantes. La calzada
se convirtió en una UVI improvisada. Los médicos que habían atendido al chico
hasta ese momento se pusieron a disposición del médico de urgencias y entre los
tres decidieron dejarse la piel en el intento de recuperarlo. El muchacho era demasiado
joven para morir allí.
Los amigos estaban muy asustados y uno de ellos llamó al
hermano del chico. El hermano llamó a la madre y al padre y los amigos nos
dijeron que ambos venían de camino al lugar del accidente. Eso, que no tiene
que pasar nunca, podía ser un problema.
La madre llegó muy pronto, cuando los sanitarios llevaban
unos 15 minutos trabajando. Vio a su hijo y supo que estaba muerto. Quiso
echarse encima de los médicos para abrazar a su hijo y me tocó emplearme a
fondo para retirarla y sujetarla y convencerla de que lo mejor que podía hacer
era dejar trabajar a los médicos sin interferir.
“Mi hijo, mi hijo, mi
hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo…”
Los médicos siguieron a lo suyo, con más órdenes, más
medicación, más esfuerzo. Unos compañeros tapaban la escena con sábanas o
sujetaban goteros, otros seguían desviando el tráfico y otros traían agua de
una fuente cercana para todos los que estábamos allí. Hacía calor, mucho calor.
Media hora de masaje cardíaco y no había respuesta.
La madre seguía con su letanía y por lo menos ya no
intentaba echarse encima de los médicos. Sabía que su hijo estaba muerto y los
médicos eran su única esperanza; lo único que le quedaba.
“Mi hijo, mi hijo, mi
hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo…”
45 minutos. Habían superado con creces el tiempo que establece
el protocolo de reanimación. No había respuesta. Ninguna. No había nada más que
hacer.
En un curso sobre atención a las víctimas, un psicólogo nos
explicó que las malas noticias hay que darlas cara a cara y de modo muy
directo. Decía que es la mejor forma de que la familia asuma los hechos y
comience con buen pie su duelo. El médico de la ambulancia debió de hacer ese
mismo curso, porque se levantó, se nos acercó y se dirigió a la madre con solo
4 palabras que, por lo lentas y claras, me parecieron 4 disparos a quemarropa:
“Su hijo ha fallecido”. No le hacían
falta más y no le sobraba ninguna. Ya lo había hecho más veces.
La madre entró de inmediato en la fase de negación: “Pero si está ahí. Haga algo. No está muerto.
Mírelo: está ahí”. El médico le repitió con calma: “Su hijo ha fallecido. Hemos hecho todo lo que hemos podido pero no ha
sido posible reanimarlo. Lo siento mucho. Ya no podemos hacer más”. Y se
dio la vuelta para irse.
Los sanitarios comenzaron a recoger el material de modo mecánico
y nos dejaron una sábana para tapar al chico hasta que llegara la funeraria.
No hubo gritos ni escenas espectaculares. El padre había
llegado poco antes y no había dicho nada. Se llevó a la madre a un banco
cercano, junto a los amigos, mientras nosotros seguíamos desviando el tráfico
hasta que la funeraria se llevó al chico, las grúas a los vehículos y los
servicios de limpieza dejaron la calle impoluta, como si en aquel cruce no
hubiera ocurrido nada. Cuando acabaron, nosotros nos fuimos y la familia y los
amigos se quedaron allí.
El cruce ya no existe como tal. Se ha convertido en una zona
peatonal en medio de un parque por el que solemos patrullar. Y cada vez que
paso por allí, siempre veo unas flores frescas que alguien renueva
constantemente desde entonces, antes de que se marchiten, y me viene a la memoria
el accidente. Y, a pesar de los años, en la cabeza todavía me resuenan unas
palabras:
“Mi hijo, mi hijo, mi
hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo, mi hijo…”
Y las flores no me dejan olvidar.
Lugar del accidente en la actualidad. |
Gracias por escribir. Cuando es triste, como en esta ocasión, también vale la pena.
ResponderEliminarAunque mi intención inicial era hacer entradas un poco simpáticas, la verdad es que la mayoría de los hechos “narrables” no son precisamente divertidos. Por eso escribo tan poco. Hay cosas divertidas pero no dan para hacer una historia. Y también hay que saber la parte oscura de mi trabajo para conocerlo y valorarlo.
EliminarGracias por el comentario.
Hola, J.J. magnifico articulo digno de la mejor pluma, no por ser tristísimo, no, es muy duro, conmueve, pero, además, está muy bien contado, por alguien que no tiene por oficio exclusivo el de escribir.Lo cual es mas meritorio.
ResponderEliminarComo ha dicho quien me ha antecedido en la lectura, Gomis. Gracias
Pues sí, entiendo que es duro, pero forma parte de mi trabajo y a veces hay que contarlo todo.
EliminarGracias por tus alabanzas, que colman mi ego hasta límites insospechados por vosotros.
Muy duro y muy bien narrado.
ResponderEliminar(Juanjo desde móvil)
Gracias por tus comentarios privados.
EliminarHas trasmitido realismo y crudeza, demasiado de ambos y como he escuchado decir está mañana a alguien, un segundo es todo el tiempo necesario para cambiar nuestras vidas... No te envídio la profesión. Un abrazo.
ResponderEliminarHe tenido casos más duros. Y hay compañeros que han tenido cosas bastante peores que yo pero, como decía al principio, el tiempo tiende a olvidarlos y sólo se recuerdan haciendo un esfuerzo consciente. La diferencia en este caso son las famosas flores, que siempre están ahí para recordarnos lo que sucedió.
EliminarRealismo y crudeza. De eso se trataba, de transmitir sentimientos. Veo que lo he conseguido.
Un abrazo.
Muy bien escrito. Dejo' hasta mi alma de padre de tres hijos.
ResponderEliminarUn saludo. Walter Bonanno. Corleone,Sicilia.
Walter, è un piacere leggere il tuo commento. Se ho toccato il tuo cuore, ho raggiounto il mio scopo.
EliminarGrazie mille per essere un seguitore dalla distanza.