Albert
Einstein dijo hace muchos años que la estupidez humana es infinita. Nosotros lo
comprobamos diariamente. A veces en varias ocasiones. Hoy también lo podréis
comprobar vosotros.
El antónimo de nuestro protagonista |
Una
mañana se presentó un joven a denunciar unos daños sufridos en su vehículo. Por
lo que contó a los compañeros, siempre en un tono de “coleguita”, un fulano le
había golpeado por detrás al salir de una rotonda y después del accidente, en
vez de detenerse a ver los daños, se había marchado. Dijo que intentó seguirlo durante
un rato para pararlo hasta que llegó a un polígono industrial cercano y lo perdió de vista.
El
comportamiento desenfadado, recostándose sobre la mesa, y la forma de
expresarse desinhibida, de barra de bar y bastante maleducada y chulesca,
además de determinados datos que no concordaban bien en la historia, hicieron
que los compañeros, más toreados que una vaquilla de fiestas de pueblo pobre,
sospecharan que la película que contaba no era del todo verdad y que podía
haber un cierto componente herbáceo en la sangre del “colega” afectando a sus
neuronas, en el caso de tener alguna. Los daños que reclamaba en la parte
trasera del coche tampoco parecían causados en un alcance así que, mientras le
iban tomando declaración, otro compañero hacía las gestiones oportunas para
localizar al conductor del vehículo supuestamente culpable y que le contara qué
había pasado. Con la matrícula facilitada por el jovencito, y gracias a nuestra
maravillosa base de datos, fue posible encontrar el teléfono del dueño del
coche fugado y hablar con él.
El
otro conductor contó que el joven denunciante le había adelantado en una
rotonda y se le había cruzado “a lo bestia” (paradójica expresión cuya
interpretación es poco clara pero perfectamente entendible) y que después había
frenado bruscamente sin ningún motivo aparente haciendo clavar los frenos a todos los demás. Creía
que los coches no habían llegado a tocarse pero, en cualquier caso, no era
posible que hubiera daños. Como le dio la impresión de que el joven estaba
colocado (nada que ver con tener trabajo) y que su comportamiento al volante y
fuera del volante no era normal, prefirió poner tierra por medio y, al ver que
el joven le perseguía, se había pasado todos los semáforos en rojo para escapar
debido al miedo que le entró. Al salir de la ciudad, y como su coche era de
bastante más potencia que la del perseguidor, consiguió dejarlo atrás y
perderlo de vista. Este reconocimiento espontáneo de múltiples infracciones
encadenadas daba a entender que, muy posiblemente, lo que contaba era cierto.
Como
Siberia es muy pequeña, dio la casualidad de que la mujer de uno de los
compañeros que atendían al joven también había visto y sufrido la conducción de
nuestro protagonista. Al pasar por delante de nuestro edificio reconoció el
coche del mozo, que estaba aparcado a la puerta, y llamó a su marido para
contarle lo que le había sucedido.
Llegados
a este punto, uno de los compañeros, que ya era incapaz de cerrar los muslos
tras aguantar los modales del jovencito, le preguntó sonriente si tendría algún
inconveniente en que le realizaran una prueba de alcoholemia, y éste, eufórico,
le dijo que le podía hacer lo que le saliera de los mismísimos (literal). Como
era de esperar, la prueba dio resultado negativo y eso animó al mozo, que se
iba creciendo cada vez más a costa de mis compañeros, a los que creía estar
tomando el pelo.
Lo
que no se esperaba es que la semana anterior les habían traído la maquinita
para hacer pruebas de drogas y los compañeros estaban deseando estrenarla. Al
explicárselo se le empezó a cambiar la cara y a quitar la tontería. Resulta que
había consumido algo el fin de semana y temía que eso pudiera dar positivo.
Cuando le dijeron que siendo así no tenía de qué preocuparse, que la maquinita
detectaba sólo lo de las últimas horas, ya le entraron los nervios y los
sudores, y más todavía cuando el resultado del estreno fue positivo. O sea,
tanta máquina y tanta tecnología para llegar a la misma conclusión a la que
habían llegado los compañeros tras escucharle durante un par de minutos. Al
menos, los 1.000 euritos de multa amortizan el material, el papeleo y el tiempo
y la paciencia empleados. Además el coche se lo llevó la grúa al depósito y,
como no podía ser menos, con los gastos por su cuenta, por supuesto. Y siempre
con una amable sonrisa de los compañeros, que no debe faltar nunca en estos
casos de atención al público.
Una de las maquinitas para detectar drogas |
Pero
como no hay pastel sin guinda, esa mañana se encontraba trabajando la unidad
canina con los perros de detección de drogas, así que, tras el resultado
positivo en la maquinita los compañeros les avisaron porque había un posible
cliente para el perro.
El
joven, ahora milagrosamente reconvertido en persona educada y temerosa de Dios
y de nosotros, no osaba moverse ante la presencia del perro, que comenzó a
olisquearlo hasta que se detuvo con su hocico justo ante esas partes que antes
se le habían hinchado a los compañeros para indicar dónde llevaba escondido el
chocolate. Sin leche, por cierto. Incautación, y otra denuncia. Así quedó
puesta la guinda.
En
resumen: un lucimiento absoluto. Subestimando a los guardias, que ya se sabe
que no son muy listos, quiso que le ayudaran a arreglar un golpe del coche a
costa de un pringado y se encontró con denuncias por conducir fumado y por
tenencia de drogas, sin coche, sin arreglo del golpe, y sin chocolate.
La
parte positiva es que se le pasó la tontería y aprendió modales de modo
instantáneo, que algo tenía que llevarse de bueno por ese precio. Pero dudo de
que el efecto sea permanente. El tiempo nos lo dirá.
Lo contaron a su manera los del periódico. Palabra de Dios. |
* El marcaje lapa, desarrollado y patentado por mi compañero de promoción Javier Macho (que me ha pasado la foto), se está implantando en una gran parte de las unidades caninas de detección de drogas de las policías españolas y comienza a extenderse en el extranjero. El perro se queda inmóvil con la trufa (el hocico, para entendernos) pegado en el punto más cercano al objetivo, sin morderlo ni tocarlo. Más información en http://marcajelapa.com/index.html
Otro capítulo interesante, divertido y aleccionador. Bien narrado, como siempre, me han gustado las "observaciones", ja,ja.
ResponderEliminar¡Espero estés recuperado de las lesiones!
Otros no serán tan divertidos, así que me alegro de que lo hayas disfrutado.
EliminarYa recuperado, pero como los años no se recuperan tendré que tener un poco de cuidado.
Gracias.
Y Pam, Pam, Orellut...
EliminarYo creo que el culpable es la compañía de Seguros, por no tener Seguros a todo Riesgo a precios asequibles. Un buen seguro hubiese evitado la denuncia y .....todo lo demas, pero nos hubiera privado de la historia que es realmente lo Importante. Un abrazo compañero.
ResponderEliminarPor lo menos tenía seguro, que no es poco.
EliminarY la culpa será de los guardias, como siempre.
Un abrazo para toda la familia.
Si necesitais más perros detectores, os recuerdo que mi hijastra ha entrenado a dos perros campeones de España en deteccion y además es criadora de Malinoas :-) y no o de paso aprovecho y vendo Hyundai i30 del 2011 crdi 1.5
ResponderEliminarPues perros tenemos suficientes. Yo no entiendo de métodos de detección, y además tengo alergia a los cuadrúpedos, así que no sé si habrá mucha diferencia. Lo del marcaje lapa me gusta mucho. He visto trabajar a los perros y es impresionante. Si quieres o tu hijastra quiere más información de cómo funciona, además del enlace, puedes decírmelo y te pongo en contacto con Javi, que es muy asequible y estará encantado de colaborar.
EliminarGracias.
J.J., interesante y divertida historia(bueno, para "el colega" no lo fue mucho, pero se lo merecia), en la que se pone de manifiesto, como decia Einstein, la estulticia humana.
ResponderEliminarMuy viva esa expresión de "componente herbaceo ".
No sabiamos de tus lesiones, ¿ no habrán sido en acciden
te laboral ?, en todo caso celebramos que estés recuperado.
Un abrazo
Se te echaba de menos por aquí.
EliminarLas lesiones fueron del modo más absurdo y sin más importancia que molestias. Un esfuerzo que no tenía que haber hecho empujando un coche. Ni siquiera estuve de baja pero me ha tocado ir a que me pongan esa lámpara de onda corta y la luz roja de calentar pollos durante una hora todos los días. Creo que algo de bueno me ha hecho para compensar el tiempo perdido.
Yo celebro contar con tus comentarios.
Besos a la extensa familia.
Gracias, AYATOLÁ, por eso de echar de menos mis comentarios; yo digo lo mismo respecto a tus historias, aunque quizá tengas razón y se me haya pasado comentar alguna, comentarlas, porque leerlas, son de lectura obligada; obligada y muy complacida: te superas con cada una.
ResponderEliminarBesos de la extensa familia.
Mi padre me enseñó que, si tenía un accidente, siempre llamara a la policía, aunque la culpa fuera (o pareciera) mía, porque ellos siempre van a aportar una visión neutral del asunto. Quizá ese consejo habría servido a aquél ciudadano víctima de este joven "herbáceo": se habría evitado el enfrentamiento verbal, la persecución, el peligro de saltarse los semáforos en rojo, el susto de toda la situación, el mal día consiguiente...
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