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miércoles, 30 de septiembre de 2015

El alcohol y la madre que lo parió (1).


Una de las cuestiones que suelen aparecer en mis conversaciones con amigos o conocidos es la del alcohol y la conducción. Nadie tiene claro cuánto puede beber si va a conducir y muchos se piensan que hay formas de engañar al etilómetro, eso que algunos todavía llaman “el globo”, y me piden consejo sobre el tema. Mi consejo es que no beban. Así de fácil y de barato.

Hoy os comento cómo es una prueba de alcoholemia, en qué consiste y cómo se hace, y en el próximo escrito explicaré lo de engañar al aparato y cuánto se puede beber, que es lo que de verdad os interesa, que ya os conozco.

Para empezar, aunque esto sea un poco farragoso, en España (que también me leen desde otros países) el reglamento de circulación prohíbe conducir con una tasa de alcohol en aire superior a 0,25 mg de alcohol por litro de aire espirado (0,15 para conductores profesionales y noveles), que equivale a 0,5 g por litro de sangre (0,3 en sangre para conductores profesionales y noveles). Esta correlación no es exacta, porque realmente 0,25 en aire son 0,52-0,58 en sangre, y esto es importante como ya veremos después. Normalmente omitimos las unidades, que eso queda para las cuestiones técnicas y nos referimos a las tasas en aire, que es lo habitual. Por tanto, siempre decimos que el máximo es 0,25 o 0,15 según el vehículo y la antigüedad del permiso.

La prueba se hace en aire espirado, o sea, soplando, que es lo que marca el reglamento y es lo más sencillo, y sólo se hace directamente en sangre en situaciones muy excepcionales. Nosotros generalmente hacemos una prueba de “muestreo” con un etilómetro portátil, advirtiendo, para evitar futuras confusiones, que esta prueba sólo tiene como finalidad hacer una comprobación rápida de la presencia de alcohol para no hacer perder el tiempo al ciudadano y que en caso de dar positivo habrá que realizar la prueba con el etilómetro evidencial homologado. En la foto os presento a uno de los etilómetros portátiles más usados.


Nuestro aparato evidencial funciona con dos soplidos por cada prueba para una mayor garantía, y de ambos soplidos da un resultado, que es el menor de ambos. Se hace una primera prueba y, si da por encima de lo permitido, el conductor tiene derecho a una segunda prueba pasados 10 minutos, que son otros dos soplidos. Al final se toma como resultado el menor de las dos pruebas, que resulta ser el menor de los cuatro soplidos. Para que no os quejéis. No hace falta decir que con un solo resultado negativo nos olvidamos de todo y se termina la prueba. Y en la foto tenéis uno de los etilómetros evidenciales más habituales, para que lo vayáis conociendo.






En caso de que el resultado final de la prueba haya sido positivo, si el conductor no está conforme puede pedir un análisis de sangre de contraste, lo que, en mi opinión, supone un craso error porque, como ya he dicho antes, siempre va a dar más cantidad en la sangre, y al etilómetro se le pueden buscar las vueltas (que si no funcionaba bien, que si la boquilla estaba rota…), pero si un médico firma una tasa de alcohol en sangre, entonces la tasa va a misa y te puedes dar por jo****. Un ejemplo lo tenemos en esta noticia en la que a un concejal de Valladolid lo pillaron con una cierta alegría en el cuerpo y, tras comportarse como un auténtico borrachón, pidió el análisis de contraste. Ahí veis el resultado: 0,8 en aire se convirtió en 1,8 en sangre. Ya no lo libra nadie de la condena. Por espabilao.

















Así que mejor ahorraos la prueba en sangre, que encima la tenéis que pagar vosotros si da positivo y es cara. Ya tenéis bastante con la multa y los puntos. Aquí tenéis lo que os cuesta ir con un poco de exceso de alcohol, siempre que no llegue a 0,6:



Además, pasando de 0,6 es delito. Esto suena peor. Pues sí, cuando alguien dice que le estamos tratando como un delincuente tiene toda la razón, porque lo es (presuntamente) aunque no haya matado a nadie. Tampoco Urdangarín, Bárcenas o Rato han matado a nadie y no parece generar dudas en el pueblo sobre su condición, incluso sin haber sido condenados. Quien comete un delito es, por definición, un delincuente. Y por debajo de 0,6 también puede ser delito si hay “influencia”, que se determina porque hay unos signos que todos conocemos (de “pedete lúcido” a borrachera descomunal), o porque ha habido un accidente o una infracción grave que indica que no se está en condiciones de conducir. Por cierto, que al delincuente (presunto) se le trata con toda corrección, como a cualquier ciudadano. Que quede claro.

Todavía queda algún listo que dice que prefiere no soplar o hace como que no puede soplar. Pues entonces le hacemos la oferta 2x1 como en los supermercados. La negativa a soplar, o la simulación de que no se puede, que es otra forma de negarse, es otro delito que además lleva penas de prisión más serias (¿a que suena feo lo de la prisión?), que se añade al delito anterior si hay signos de alcoholemia. Ya sabes, si has bebido es mejor que lo asumas, soples como un bendito, y te lleves uno en vez de dos. Justito al revés que en el supermercado.


Y en cualquiera de los dos casos, tanto si dais positivo como si os negáis a soplar, os quedáis sin coche hasta que alguien que no haya bebido se pueda hacer cargo de él, bien sea un acompañante o vosotros mismos cuando se os pase, y, por si fuera poco, os toca pagar los gastos de la inmovilización.

Todo esto, más o menos, lo sabéis todos. Pero ahora, para ir acabando, vamos a lo que generalmente no sabéis y da más de un disgusto, que es el tiempo de eliminación del alcohol en el cuerpo.

El alcohol se elimina de una forma constante a razón de 0,15 g por litro de sangre y hora aproximadamente. Para que lo entendáis: una tasa de 0,50 en aire tarda unas 4 horas en dar una tasa negativa, y casi 7 horas en desaparecer. Vamos a ver un caso práctico muy habitual con sus consecuencias, para que se entienda bien:

Os vais de fiesta y os metéis 4 copas de las cargaditas, que están más buenas. Eso supone una tasa aproximada de 1,0 y con esa tasa os vais a cuatro patas a la cama a las 3 de la mañana, que al día siguiente hay que ir a comer con la suegra. Os levantáis a las 11 un poco espesos por el garrafón que os han dado, os ducháis y a la 1 del mediodía cogéis el coche y de camino a casa de la suegra os para el aguafiestas del uniforme en un control. Le decís, confiados, que no habéis bebido nada y que venís de la cama. Sopláis y el aparato os sorprende con una tasa de 0,35, o sea, 500 Euros y 4 puntos, posible inmovilización del vehículo y una sonrisa del agente mientras os dice “pues se acostó usted fino”. Y eso sin tomar el vermut, que más de uno lo hace para quitar la sed de la resaca. Hace 10 horas que os fuisteis a dormir y todavía da positivo, lo que demuestra que dormir la mona sólo vale para no seguir haciendo el tonto en público más de lo necesario, pero no para quitar la borrachera. Para no dar positivo con esas cuatro copas hacen falta, al menos, 11 horas, y para hacerlas desaparecer completamente unas 13-14 horas. Y eso comiendo sin vino en casa de la suegra.

Ya vale por hoy, que esto da para mucho. En la próxima entrada veremos lo que os preocupa realmente, que es cuánto se puede beber y lo de engañar al etilómetro. Pero de momento, mejor que no bebáis si vais a conducir.