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sábado, 11 de abril de 2020

La ortodoncia del demonio (entrada personal)


El 7 de febrero de 2015, va para algo más de 5 años, inicié este blog con intención de contar algunas de las historias curiosas, a veces divertidas y otras no tanto, que ocurren en mi trabajo. También expresaba mi deseo de contar alguna cosa personal como podía ser la evolución de mis dientes, que iniciaban su forzada migración mediante una ortodoncia a la par que comenzaban las aventuras laborales en el blog.

De mi trabajo he contado historias antiguas y alguna reciente pero últimamente escasean las intervenciones interesantes. O mejor dicho: haberlas, haylas, como las meigas, pero no dan juego suficiente para contarlas. Esa escasez de intervenciones, unida a mis nuevas aficiones sonoras (de las que posiblemente os hablaré en algún momento) que me ocupan mucho tiempo, hace que tenga el blog un poco abandonado.



Pero regresemos a mis dientes, que son el motivo de esta entrada. La comentada ortodoncia se alargó en el tiempo bastante más de lo deseado. Hasta el punto de quitarme las ganas de escribir sobre ello. Pero ha llegado el SARS-CoV-2, más conocido como COVID-19 (a los más viejos nos recuerda el nombre a la mascota de los Juegos Olímpicos del ‘92) que nos ha traído un tiempo de confinamiento, tiempo de aburrimiento, que hay que aprovechar de alguna manera. Algunos ordenan trasteros, limpian cocinas, descubren cosas olvidadas en los armarios, encuentran objetos perdidos en tiempos y lugares remotos de sus casas... y yo escribo después de mucho tiempo.

La estética de mis dientes nunca me había importado. Los he visto peores. Pero con la edad se empezaron a mover y a causar algún problema que había que corregir antes de que la cosa fuera a mayores. Elegí un tipo de ortodoncia relativamente nuevo hace 5 años, que es el de usar fundas plásticas en vez de alambres pegados a los dientes. Obviaré la marca comercial por no hacer propaganda (buena o mala, queda al criterio de los lectores) y porque supongo que actualmente hay más marcas que tendrán las mismas virtudes y defectos.

Por si alguno no conoce el sistema, diré que consiste en fundas de plástico que se colocan en los dientes y que van forzando el desplazamiento predeterminado de las piezas. Cada 7-15 días se cambian y los dientes se van recolocando. O no, que esta es la cuestión más importante.

Estado inicial de mi piñonera

Primeras fundas a encajar

El primer sufrimiento vino a la hora de hacer los moldes. La boca abierta como la puerta grande de una plaza de toros y los dientes metidos en recipientes llenos de silicona o algo parecido. Y como tengo el reflejo del vómito muy sensible empezaron las arcadas, tan fuertes que pensé que me volvía del revés como un guante en un espectáculo pocas veces visto según me confesó una de las chicas de la clínica. La experiencia no puedo calificarla precisamente como agradable. Los moldes supuestamente iban a los EEUU y en un par de semanas estaban las fundas preparadas. 30 fundas que me iban a dar para unos 15 meses. Genial.

Primer molde

15 meses en los que se acabó tomar pinchos o comer entre horas porque para comer cualquier cosa hay que lavarse las manos, quitar las fundas, lavarlas y guardarlas en su caja (no te la olvides en casa), comer, lavarse los dientes (no te olvides el cepillo en casa) y ponérselas otra vez. Durante el primer mes sin picoteo perdí 2 kilos. Más que ortodoncia parecía un sistema de adelgazamiento. Primer peaje.

No me he sacado la cara en la foto porque estaba sin afeitar

Empecé bien. No eran incómodas ni dolían. Solo apretaban como un calzoncillo 3 tallas menor, con todo lo que ello implica. Dos o tres días de tensión y luego, con los dientes colocados en su nuevo lugar, todo perfecto mientras se asentaban durante 7-10 días. Y vuelta a empezar con otra funda. Hasta la trece. Todavía me acuerdo de ella, de la madre que la parió, y de las lágrimas de dolor al quitármelas mientras pensaba que los dientes se me quedaban dentro de la funda. El resto de fundas tuvo sus altibajos pero no me provocaron tanto sufrimiento.

La primera tanda de fundas iba funcionando hasta que uno de los dientes dijo que no se movía. Que su sitio era su sitio y que ahí estaba bien. Y eso obligó a replantearse el programa, que implicaba tomar nuevos moldes, volverme otra vez del revés en otro gran espectáculo para la plantilla de la clínica, y mandarlos al fabricante tras la nueva programación. Esta vez no tardaron dos semanas en venir, sino dos meses. Otras 15 fundas. El tiempo se iba alargando, pero ya me dijo el dentista que esto no son matemáticas, sino medicina, que por lo visto se parece más a la física porque el tiempo calculado es relativo y se alarga.

No iba mal la cosa pero la mordida no acababa de encajar, lo que implicaba un nuevo replanteo del programa. Y a sufrir otra vez. Moldes, arcadas, espectáculo, y a esperar. Esta vez no recuerdo el tiempo que tardaron en llegar. Y, sorpresa, vinieron con gomas para enganchar de una mandíbula a otra haciendo un poco más engorroso el uso del sistema. Para el picoteo, a toda la parafernalia ya comentada, había que añadir el quitar y poner gomas (no te olvides un par de repuestos en casa por si se rompen, o se caen al suelo en el proceso).



 Y ya parecía que todo iba bien, pero el dentista se empeñó en hacer un trabajo fino y que mis dientes quedaran lo más perfectos posible con otra tanda de fundas de “refinamiento”, aunque yo creo que lo suyo era simple sadismo porque eso implicó ofrecer un nuevo espectáculo a las chicas de la clínica, que ya se rifaban a quien le tocaba hacerme los moldes. Esta vez tardaron casi 4 meses en llegar por un cúmulo de circunstancias que es mejor no desvelar y que supusieron que el dentista se llevara una educada pero descomunal bronca por mi parte. Y como compensación (o como castigo, nunca lo sabré) al acabar esta tanda y cuando yo pensaba que había acabado, me pidió una quinta tanda de fundas (moldes, arcadas, espectáculo…) para dejar los dientes lo mejor que la naturaleza me iba a permitir, que todo tiene sus límites.

Y se acabó. 4 años de proceso, 96 juegos de fundas usadas. No son los dientes de una modelo pero por lo menos han quedado ordenados para que sea fácil sustituirlos si en el futuro se produce una ausencia, que era el objetivo.

96 juegos de fundas.

Última y primera funda. Véase la diferencia de colocación de los dientes.

Última y primera funda vistas desde arriba.
Además de colocar los dientes se modifica la estructura ósea

Durante el proceso me fui haciendo fotos al final de cada funda para ir viendo la evolución y lo dejé cuando empecé con los refinamientos porque ya no se apreciaban excesivas diferencias. Hice fotos con la boca abierta, con los dientes cerrados y desde la vertical para ver cómo se ha modificado el arco dental. Todas esas fotos se las he dado a mi hijo que me las ha juntado en un pequeño vídeo donde se puede ver la evolución de 4 años en 6 segundos. El material que le he proporcionado no es bueno (con fotos que no coinciden en encuadre o en ángulo y con un cambio de móvil en medio del proceso que mejora la calidad de las últimas fotos) así que ha hecho lo que ha podido. Ahí os los dejo.








Antes                                       Después

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