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miércoles, 20 de enero de 2016

El alcohol y la madre que lo parió (2)


En una entrada anterior veíamos las cuestiones técnicas de la prueba de alcoholemia, pero lo que de verdad le importa a mis contertulios cuando sale el tema del alcohol es lo que vamos a ver hoy. Ahí va:
               
-       ¿Cuánto puedo beber?
Al cuánto puedo beber os contesto con un esquema que he encontrado en internet y que lo explica muy bien, teniendo en cuenta que son tasas en sangre y que la prueba se hace en aire, por lo que los valores numéricos serían justo la mitad:
  

O sea, más o menos dos consumiciones con su cantidad justa para los hombres y un poco menos para las mujeres. Esto es aproximado sin tomar alimentos. Con la comida la cosa cambia y se puede tomar algo más pero no hagáis experimentos, que por algo dicen que hay que hacerlos con gaseosa. El mayor peligro son los combinados o “copas”, que normalmente se ponen cargaditos porque a la gente le gusta más y cada uno lleva la cantidad que deberían llevar 2 ó 3 y, claro, luego pasa lo que pasa.

-       ¿Cómo puedo engañar al aparato?
Como siempre, a vueltas con la picaresca española. Pues lo de engañar al aparato va a ser que no. No hay manera. Olvidaos de los chicles de menta, de las carreras y flexiones alrededor del coche, de los granos de café, de los caramelos de limón o de otras bobadas que dicen los enteraos. Sólo valen para que nos riamos de vosotros, cosa que pasa con bastante frecuencia y nos alegra el control. Para que os hagáis a la idea, hemos visto a un fulano comer hierba como si de una cabra se tratara. Os podéis imaginar nuestras risas después del control. El aparato mide etanol, también llamado alcohol etílico (de ahí lo de etilómetro), que es el alcohol que llevan las bebidas, y si le soplas menta, café o limón (o hierba) le da igual. Sólo hay una sustancia que lo puede confundir y es un tipo de hidrocarburo (algo parecido a una gasolina, para que lo entendáis) que es cancerígeno y que encima lo cuenta como alcohol. O sea, que el aparato se confunde para dar de más. Vaya negocio.
El aparato es tan preciso que si detecta alcohol en la boca no deja hacer la prueba, así que no os sirve de excusa decir que acabáis de beber, y si detecta alcohol en el ambiente tampoco deja y obliga a ventilar la habitación para eliminar interferencias. Además, cada prueba consiste en soplar dos veces y si la diferencia de tasa entre los dos soplidos es superior a un cierto porcentaje la anula y hay que repetir la prueba. O sea, precisión al máximo.

En mi opinión, el problema del alcohol en los países occidentales es que es un hábito social. Se critican los controles (por suerte cada vez menos) porque cualquiera puede caer en uno de ellos cuando vuelve de un acto familiar o cena de trabajo y las excusas que alegan los que dan positivo son siempre las mismas: “es que vengo de una boda…; para un día que salgo a cenar…; es que es la cena del trabajo…”, “Esto es una exageración” y continúan con el típico “si no ha pasado nada” o “joder, si no he matado a nadie”. Cierto, ¿y si pasa? ¿y si mata a alguien?



Supongo que algunos recordaréis que, no hace mucho, un conductor atropelló de madrugada a tres adolescentes que volvían andando a casa por una carretera secundaria y dos de ellas murieron. El conductor se había dormido al volante y dio positivo en la prueba de alcoholemia. Lo más fino que dijeron de él es que era un hijo de su madre. Y claro, todos de acuerdo: al paredón con el conductor. Pues que sepáis que dio 0,26. Se pasó por 0,01, una cantidad que no entra en las tablas de denuncia porque está dentro de los márgenes de error del aparato (hasta 0,28). Pero al conductor había que fusilarlo al amanecer. Cuando en un control alguien da 0,5 (el doble que el anterior, por no poner una cantidad exagerada que ya sea delito) siempre dice que no es para tanto; pero si a su hija la mata alguien con esa misma tasa es un borrachuzo indecente que merece la pena de muerte, sumarísima y pública. Es decir, que para algunos, la diferencia entre ser un hideputa o no, es haber matado a alguien. Pues no es así. Aquí todo el que se pasa es un hideputa potencial, no lo olvidéis, y es lo que se sanciona. Y por eso se hacen los controles: para que se quede en potencial y no en definitivo.
Por cierto, para el que no lo sepa. Si tienes un accidente y das positivo, el seguro paga religiosamente a la víctima, pero luego te lo reclama y te saca las entrañas hasta dejarte en la ruina, porque los daños o lesiones producidos bajo la influencia del alcohol están excluidos de todas las pólizas. Hasta de las pólizas a todo riesgo. Léetela.
 Una opinión muy generalizada entre los que nos dedicamos a dar leña al que bebe y conduce y entre los que atienden a las víctimas es que la tasa de alcohol permitida debería ser 0,0; es decir, que no se debería permitir nada de alcohol durante la conducción por dos motivos:

-       El primero de ellos objetivo: todo alcohol ingerido afecta a nuestro cerebro por pequeño que lo tengamos. El alcohol lo encuentra, os lo aseguro. Si no lo notas es porque como sueles beber algo, tu cuerpo genera una cosa que se llama “tolerancia” que quiere decir que cada vez necesita más alcohol para notarlo. Los que no bebemos, cuando nos tomamos sólo media copa de cava en Nochevieja nos damos cuenta de que nos afecta. Y a ti también, aunque lo toleres y no te des cuenta.
Aquí os dejo una tabla con los efectos que tiene el alcohol dentro de las tasas legales, para que os hagáis una idea de cómo afecta aunque no lo notéis:


-       El segundo motivo, y relacionado con el primero, es subjetivo: como te sientes bien, no eres capaz de darte cuenta de que realmente no estás bien, y menos para conducir y luego llegamos los aguafiestas del uniforme con el etilómetro y te cuesta una sorpresa y un gran disgusto. Si se estableciera una tasa de 0,0 no habría problema. Ya sabrías que si bebes, por poco que sea, te iban a dar en los morros y no habría lugar a malos entendidos.

Y en cuanto a la costumbre social, recordad qué pasó con la ley antitabaco. Se iba a parar el mundo, la perdición de la hostelería, impensable echar una partida sin el puro en la boca. Pues el mundo sigue girando, alguno ha dejado de jugar la partida y otros han vuelto a entrar en los bares porque podían ir con los niños. Lo mismo con el alcohol. En el restaurante se cambia el vino del conductor por un Trinaranjus o por agua, que es más sana, y no pasa nada. Es cuestión de acostumbrarse.
Para acabar, que hoy me ha vuelto a salir largo, voy a dar otra opinión personal: El mayor error que ha cometido nuestra querida DGT en las campañas preventivas de la conducción bajo la influencia del alcohol fue la de Stevie Wonder, aquella del “Si bebess, no condusscass”, que el gracejo popular tradujo como “no conduzcas ciego”.


La campaña tenía que haber sido justo al revés que es precisamente la que patrocinó Johnnie Walker (paradojas de la vida) y que en España protagonizó Fernando Alonso en mayo de 2015: “Si conduces, no bebas” porque una vez que bebes y te pasas un poco, ya no sabes si conduces en condiciones o, simplemente, no sabes si conduces. Es cuestión de matiz, pero importante.


O sea, que si tienes las llaves del coche en el bolsillo es mejor que no bebas alcohol, y si piensas beber es mejor que las dejes en casa. Te lo agradeceremos y lo agradecerás.