Nuestro trabajo tiene
intervenciones que podemos calificar como “normales”, si alguien es capaz de
explicar este término, “anormales”, que son las que quedan fuera del otro grupo
y que son las que suelo contar en este blog, y “paranormales” como en el caso que
os cuento hoy.
Una noche, en nuestro
recorrido rutinario, nos encontramos con otra patrulla que estaba colaborando
en un accidente de tráfico, de esos de las intervenciones “normales”, y nos
llamaron para que atendiéramos a un grupo de 4 chavales de unos 14-15 años que
les estaban contando cosas un poco “anormales” y ellos tenían de sobra con el
accidente y no podían estar a dos cosas, que ya sabéis que tenemos nuestras
limitaciones. Los chicos estaban muy nerviosos y desencajados y hablaban todos
a la vez, atropelladamente.
No nos enteramos muy
bien de cómo había comenzado todo, pero el caso es que, según nos decían, unas
amigas suyas les habían llamado por teléfono, que para eso está, y les habían
contado que, aprovechando la ausencia de la madre de una de ellas, las chicas se habían
animado a hacer una sesión de OUIJA, ese jueguecito
con el que supuestamente se contacta con seres del “más allá”, como si más acá
no hubiera gente maja para contactar, especialmente a su edad.
Pues como más allá
debe de haber gente buena y mala (igual que más acá) alguno de aquellos seres, muertos, espíritus, espectros, ánimas,
demonios o lo que sea, pero de mal carácter y condición, después de romper el
vaso mediador usado en la comunicación, se había adueñado del cuerpo de una de
sus amigas y la había dejado en un estado calamitoso. Como se lo habían dicho
por teléfono, en un acto temerario por su parte, habían ido a comprobarlo y se
habían encontrado a una de las chicas muy asustada y a la otra con los ojos
negros “muy raros” y con una risa extraña constante e imparable, aparentemente poseída por
no sabían qué o quién. La otra amiga decía que, según el “ente” que se
comunicaba con ellas, si intentaban ayudarla la iba a matar. Y los chicos,
acojonados (es más fino decir “asustados” pero este verbo los define mejor),
salieron por patas a buscar ayuda. Y nos encontraron a nosotros.
A nosotros nos
parecía que, más que posesión demoníaca, aquello tenía pinta de ser posesión de
alcohol, que explicaría lo del vaso roto, o de alguna otra sustancia de dudoso
origen y de más claro destino, que explicaría lo de la risa floja, pero al
tratarse de un asunto con menores que podían estar sabe Dios (o los espíritus)
en qué condiciones, decidimos que era mejor ir a comprobar el estado de las
muchachas, que en casos como este, con menores implicados, más vale prevenir
que curar y por pasarse de frenada nadie te dice nada, mientras que por
quedarte corto vienen los problemas.
Los chicos, que no
sabían darnos la dirección exacta, nos acompañaron hasta el portal de las
amigas y, en un nuevo acto de heroísmo, subieron con nosotros hasta la vivienda
para indicarnos la puerta y seguidamente, cual si de un auténtico poltergeist
se tratara, salieron volando escaleras abajo en dirección a la calle, que para
valentías y exorcismos ya estábamos nosotros, que para eso llevamos pistola
aunque su eficacia sea dudosa ante el ataque de seres incorpóreos.
Al llamar al timbre nos abrieron dos
jovencitas de unos 14 años con cara de no haber roto un plato en su vida y un
niño de 10 con cara de sorpresa al vernos en su puerta. La casa estaba ordenada
y limpia y sin señales de que allí hubiera pasado nada fuera de lo corriente,
salvo que una de ellas tenía enrojecidos los párpados y parte de las mejillas.
Cuando les
preguntamos si había algún problema negaron la mayor, pero mi compañero fue
sonsacándoles poco a poco hasta que confesaron que todo había sido una broma a
los chicos, y lo de los párpados era debido al intenso lavado de cara para
borrarse la raya que se había hecho en los ojos y que era lo que le daba el
aspecto “raro” que decían los chicos.
Tras la
correspondiente regañina y advertencia sobre las consecuencias de algunas
bromas y cosas así, nos marchamos de la casa y, al llegar a la calle, nos
encontramos a los chicos ansiosos y a la espera de noticias. Los pobrecillos
todavía tenían el susto en el cuerpo y les tuvimos que explicar que las chicas se
habían reído de ellos, lo que, paradójicamente, no les
hizo ni pizca de gracia. Pero también les dijimos, para su tranquilidad, que no se
habían equivocado del todo: el susto no había sido cosa de espíritus, sino de brujas.
Aunque sólo tuvieran 14 años.