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miércoles, 2 de diciembre de 2015

EL ERROR


Hace unos años estuve destinado en la sala de comunicaciones durante una temporada, recibiendo los avisos que el 112 nos pasaba a través de Internet y las llamadas de teléfono que los ciudadanos nos regalaban, gestionando las patrullas y buscando la información que éstas me pedían, bien fuera de antecedentes, padrón de habitantes, censo de vehículos u otras solicitudes necesarias para desarrollar el trabajo en la calle.



Un sábado de madrugada, noche del viernes, entró un aviso a través del 112 sobre gritos en una vivienda, posible consecuencia de un caso de violencia de género según decía la persona que llamaba. Di aviso inmediato a las patrullas y las dos más cercanas se dirigieron al lugar, la calle C***, piso 1º A. Al llegar, se encontraron la puerta del portal abierta, no sé si por casualidad o porque el alertante la dejó abierta, y los compañeros no se lo pensaron dos veces: entraron como venados y subieron por la escalera, que un piso lo sube cualquiera, saltando los escalones de tres en tres hasta el rellano.



Lo primero que dicta el sentido común y la experiencia es escuchar si hay voces, golpes o gritos para saber qué está ocurriendo y por dónde empezar. Silencio absoluto. Entonces hay que llamar al timbre y ver qué pasa. En este caso abrió una joven (me contaron que de muy buen ver) en ropa interior muy sugerente y con una marca de un golpe en la mejilla de la que no quiso dar explicaciones. Dijo que estaba sola en el piso. Lógicamente, los compañeros pensaron que el agresor estaba en el domicilio y a ella, como suele ser habitual, le daba miedo hablar aunque le insistían. Si ella negaba la agresión no había nada que hacer y se tendrían que dar la vuelta. Por desgracia es frecuente este comportamiento en las víctimas de violencia de género. En este tipo de avisos te juegas el pellejo con el coche y arriesgas al resto de conductores y peatones para nada. Frustrante. Y mucho. Pero es lo que hay.

Uno de los compañeros, en un intento desesperado de conseguir un resultado positivo, le preguntó que si podían acceder al domicilio a comprobar que no había nadie. Siempre se niegan, pero por preguntar…. ¡Pues que la moza dijo que sí! Todos adentro a mirar, antes de que la mujer se arrepintiera, detrás de las cortinas, debajo de la mesa, en la terraza, en los baños y en cualquier hueco susceptible de alojar a una persona. Y al mirar debajo de la cama, como si de una escena de “La vida de Brian” se tratara, apareció un fulano escondido que, una vez puesto de pie, era de tamaño XXL y sólo llevaba el calzoncillo, lo que, afortunadamente, le proporcionaba una cierta vulnerabilidad y no se enfrentó a los compañeros.



Luego llegó el momento de las identificaciones y las comprobaciones y para ello me pasaron los datos de sus documentos, Manuel G.G. y Susana H.H., para que los metiera en el ordenador y viera si aparecía algo de interés policial. Pues resultó que el Manolo tenía una orden de alejamiento por violencia de género desde el miércoles anterior y no podía estar a menos de 300 metros de la Susi. Eso explicaba la marca de la cara. El martes la había zurrado, él había acabado detenido y el miércoles el juez dictó una orden de alejamiento. De inmediato di la alerta a los compañeros y procedieron a trincar al Manolo, con la deferencia de dejarle ponerse un pantalón y una camisa antes de adornarlo con nuestro complemento favorito: las pulseras.



Manolo y Susi decían que no había pasado nada y que ella era la que había pedido a Manolo que fuera a darle calorcito, que ya se sabe que el invierno siberiano es muy frío, pero yo tenía la transcripción de la llamada y además había un claro delito por incumplir la orden de alejamiento, aunque a ella le molara más el acercamiento. Así que a dormir gratis en una habitación del Estado. Separados y a más de 300 metros, como manda el juez.

Hasta aquí todo normal pero…..

Cuando los compañeros estaban a punto de introducir en el vehículo patrulla a Manolo para llevarlo detenido a la Comisaría, aparecieron dos vecinas en el portal dando voces: “oigan, oigan, que no es ahí, que es EN LA OTRA ESCALERA”. Al fondo del portal había otra escalera que mis compañeros no habían visto con las prisas, y en el aviso del 112 no se hacía referencia a una escalera concreta. Pues a repetir la historia: una patrulla subiendo los escalones de la otra escalera de tres en tres, mientras la otra acababa de meter al detenido en el coche y pedía más apoyo por si las cosas se complicaban. 


Afortunadamente, en la otra escalera no había violencia de género, sino un caso de ansiedad que fue convenientemente resuelto por el personal de una ambulancia que llamamos para que fuera al piso. Y mientras tanto, Manolo y Susana pidiendo que les dejaran continuar la faena una vez visto que no habían sido ellos los causantes del alboroto. Pero no pudo ser.

De este modo tan absurdo, Manolo pasó su segunda noche en una misma semana en los calabozos, pensando en su mala suerte y en lo que le iba a decir a Su Señoría al día siguiente para justificar que había incumplido la orden de alojamiento.



  

lunes, 2 de noviembre de 2015

VISITA AL CEMENTERIO DE SIBERIA


La víspera del 1 de noviembre, día de Todos los Santos, como era sábado y se preveía una gran afluencia al cementerio siberiano, me mandaron al susodicho y, en función de mi categoría, el jefe no me encargó la regulación del tráfico de los accesos, sino estar a la puerta misma para coordinar lo que pudiera surgir, que no iba a ser mucho porque todo está planificado, informar de lo que fuere necesario a los visitantes y de evitar que algún energúmeno quisiera entrar al interior del cementerio con el coche, que alguno hubo. O sea, un servicio cómodo salvo por lo que significa estar de plantón varias horas.

 Como no había mucho que hacer me dediqué al económico ejercicio de la observación de la gente que se acercaba a ver, supuestamente, a sus familiares fallecidos, aunque dudo que ninguno pudiera verlos debajo de tanta piedra. Me llamó la atención que no había un público mayoritario en edad, sexo u otra condición, lo que significa que lo de morirse afecta a todos y no es un pensamiento que me deje muy tranquilo.


También vi el negocio que supone la muerte incluso años después de haberse producido. Todos los que acudían allí llevaban su ramo, centro o cualquier otro adorno floral para las tumbas, nichos o panteones. Me sorprendió el tamaño de alguno de los presentes, que seguro que con mi sueldo no podría pagarlo, como si el tamaño fuera una medida del cariño y la añoranza profesados al difunto. 


Muchas personas, especialmente a primera hora, al vernos en la entrada nos saludaba con un educado “buenos días”, y otras hacían comentarios sobre su visita: “otro año más a ver a la familia”, “ya son 16 años los que vengo a ver a mi hijo”, “espero que a mis padres les gusten estas flores”, “por lo menos este año hace bueno para venir aquí. Se hace menos triste”. Mi compañero me contó que un hombre de unos 70 años que llevaba dos pequeñas flores en una bolsa se dirigió a él, no sé si a modo de justificación o de crítica a lo que allí se veía y le dijo “Le traigo dos flores a mi mujer. Creo que como recuerdo es suficiente y no hace falta gastar tanto. ¿No le parece?”. Mi compañero, hombre cabal donde los haya, se limitó a contestarle “Tiene usted razón, señor. Es suficiente”.

 

Intenté adivinar, sin éxito, quiénes eran los visitados basándome en las características de los visitantes: padres, madres, abuelos, hermanos, hijos o, simplemente, amigos. Solamente pude deducirlo en un caso: una mujer llorosa de unos 40 años acompañada de otra de unos 65 y de tres niñas de entre 8 y 14 años, con un ramo tan humilde como su aspecto. Salieron poco después, con algo más de lágrimas la madre, después de dejar el ramo y mostrarle al difunto el panorama que le había dejado en la tierra, supongo que muy a su pesar. Esas lágrimas, las únicas que vi, sí que eran una medida real del cariño y la añoranza, y no las flores.

Para mi sorpresa, no vi gitanos. Todos los años se presentan familias enteras con sus mejores galas a llevar flores a sus familiares tal como manda su tradición, en una competición por ver quien lleva el ramo, centro, o lo que sea, de mayor tamaño. Cuando lo comenté con mi compañero me hizo ver que son gente de tradiciones y el día de Todos los Santos, el de la visita fetén, es el 1 de noviembre, y nosotros estábamos trabajando la víspera. Aclarado el misterio.

 


Hubo escenas curiosas como la de una familia que, aprovechando el buen tiempo, quiso prescindir del coche y se acercó en bicicleta, con los niños en sus asientos adaptados, y con los ramos de flores en las cestas delanteras. Me preguntaron si podían meterlas en el cementerio llevándolas de la mano, que había mucha gente en el interior para ir montados y, evidentemente, no vi objeción. Parece que la ecología y el sentido común comienzan a llegar también a estas celebraciones.

Menos sentido común (ya sé que soy un antiguo) tenía la joven que se presentó con unos tacones cuya longitud superaba a la de la minifalda, eso sí, de negro riguroso, que debió de ofrecer un atractivo “especta-culo” a los ocupantes de las tumbas, lugar óptimo desde el que podrían haber disfrutado del diseño de la lencería si no fuera por su condición de difuntos, y que también atrajo las miradas de otros visitantes, algunas de sorpresa y otras de reproche, pero en ningún caso de indiferencia.


Aquí lo dejo. En el cementerio también nos ha ocurrido algún caso curioso que ya contaré, pero hoy sólo toca descripción de una tradición desde el punto de vista de un simple observador forzoso.




miércoles, 30 de septiembre de 2015

El alcohol y la madre que lo parió (1).


Una de las cuestiones que suelen aparecer en mis conversaciones con amigos o conocidos es la del alcohol y la conducción. Nadie tiene claro cuánto puede beber si va a conducir y muchos se piensan que hay formas de engañar al etilómetro, eso que algunos todavía llaman “el globo”, y me piden consejo sobre el tema. Mi consejo es que no beban. Así de fácil y de barato.

Hoy os comento cómo es una prueba de alcoholemia, en qué consiste y cómo se hace, y en el próximo escrito explicaré lo de engañar al aparato y cuánto se puede beber, que es lo que de verdad os interesa, que ya os conozco.

Para empezar, aunque esto sea un poco farragoso, en España (que también me leen desde otros países) el reglamento de circulación prohíbe conducir con una tasa de alcohol en aire superior a 0,25 mg de alcohol por litro de aire espirado (0,15 para conductores profesionales y noveles), que equivale a 0,5 g por litro de sangre (0,3 en sangre para conductores profesionales y noveles). Esta correlación no es exacta, porque realmente 0,25 en aire son 0,52-0,58 en sangre, y esto es importante como ya veremos después. Normalmente omitimos las unidades, que eso queda para las cuestiones técnicas y nos referimos a las tasas en aire, que es lo habitual. Por tanto, siempre decimos que el máximo es 0,25 o 0,15 según el vehículo y la antigüedad del permiso.

La prueba se hace en aire espirado, o sea, soplando, que es lo que marca el reglamento y es lo más sencillo, y sólo se hace directamente en sangre en situaciones muy excepcionales. Nosotros generalmente hacemos una prueba de “muestreo” con un etilómetro portátil, advirtiendo, para evitar futuras confusiones, que esta prueba sólo tiene como finalidad hacer una comprobación rápida de la presencia de alcohol para no hacer perder el tiempo al ciudadano y que en caso de dar positivo habrá que realizar la prueba con el etilómetro evidencial homologado. En la foto os presento a uno de los etilómetros portátiles más usados.


Nuestro aparato evidencial funciona con dos soplidos por cada prueba para una mayor garantía, y de ambos soplidos da un resultado, que es el menor de ambos. Se hace una primera prueba y, si da por encima de lo permitido, el conductor tiene derecho a una segunda prueba pasados 10 minutos, que son otros dos soplidos. Al final se toma como resultado el menor de las dos pruebas, que resulta ser el menor de los cuatro soplidos. Para que no os quejéis. No hace falta decir que con un solo resultado negativo nos olvidamos de todo y se termina la prueba. Y en la foto tenéis uno de los etilómetros evidenciales más habituales, para que lo vayáis conociendo.






En caso de que el resultado final de la prueba haya sido positivo, si el conductor no está conforme puede pedir un análisis de sangre de contraste, lo que, en mi opinión, supone un craso error porque, como ya he dicho antes, siempre va a dar más cantidad en la sangre, y al etilómetro se le pueden buscar las vueltas (que si no funcionaba bien, que si la boquilla estaba rota…), pero si un médico firma una tasa de alcohol en sangre, entonces la tasa va a misa y te puedes dar por jo****. Un ejemplo lo tenemos en esta noticia en la que a un concejal de Valladolid lo pillaron con una cierta alegría en el cuerpo y, tras comportarse como un auténtico borrachón, pidió el análisis de contraste. Ahí veis el resultado: 0,8 en aire se convirtió en 1,8 en sangre. Ya no lo libra nadie de la condena. Por espabilao.

















Así que mejor ahorraos la prueba en sangre, que encima la tenéis que pagar vosotros si da positivo y es cara. Ya tenéis bastante con la multa y los puntos. Aquí tenéis lo que os cuesta ir con un poco de exceso de alcohol, siempre que no llegue a 0,6:



Además, pasando de 0,6 es delito. Esto suena peor. Pues sí, cuando alguien dice que le estamos tratando como un delincuente tiene toda la razón, porque lo es (presuntamente) aunque no haya matado a nadie. Tampoco Urdangarín, Bárcenas o Rato han matado a nadie y no parece generar dudas en el pueblo sobre su condición, incluso sin haber sido condenados. Quien comete un delito es, por definición, un delincuente. Y por debajo de 0,6 también puede ser delito si hay “influencia”, que se determina porque hay unos signos que todos conocemos (de “pedete lúcido” a borrachera descomunal), o porque ha habido un accidente o una infracción grave que indica que no se está en condiciones de conducir. Por cierto, que al delincuente (presunto) se le trata con toda corrección, como a cualquier ciudadano. Que quede claro.

Todavía queda algún listo que dice que prefiere no soplar o hace como que no puede soplar. Pues entonces le hacemos la oferta 2x1 como en los supermercados. La negativa a soplar, o la simulación de que no se puede, que es otra forma de negarse, es otro delito que además lleva penas de prisión más serias (¿a que suena feo lo de la prisión?), que se añade al delito anterior si hay signos de alcoholemia. Ya sabes, si has bebido es mejor que lo asumas, soples como un bendito, y te lleves uno en vez de dos. Justito al revés que en el supermercado.


Y en cualquiera de los dos casos, tanto si dais positivo como si os negáis a soplar, os quedáis sin coche hasta que alguien que no haya bebido se pueda hacer cargo de él, bien sea un acompañante o vosotros mismos cuando se os pase, y, por si fuera poco, os toca pagar los gastos de la inmovilización.

Todo esto, más o menos, lo sabéis todos. Pero ahora, para ir acabando, vamos a lo que generalmente no sabéis y da más de un disgusto, que es el tiempo de eliminación del alcohol en el cuerpo.

El alcohol se elimina de una forma constante a razón de 0,15 g por litro de sangre y hora aproximadamente. Para que lo entendáis: una tasa de 0,50 en aire tarda unas 4 horas en dar una tasa negativa, y casi 7 horas en desaparecer. Vamos a ver un caso práctico muy habitual con sus consecuencias, para que se entienda bien:

Os vais de fiesta y os metéis 4 copas de las cargaditas, que están más buenas. Eso supone una tasa aproximada de 1,0 y con esa tasa os vais a cuatro patas a la cama a las 3 de la mañana, que al día siguiente hay que ir a comer con la suegra. Os levantáis a las 11 un poco espesos por el garrafón que os han dado, os ducháis y a la 1 del mediodía cogéis el coche y de camino a casa de la suegra os para el aguafiestas del uniforme en un control. Le decís, confiados, que no habéis bebido nada y que venís de la cama. Sopláis y el aparato os sorprende con una tasa de 0,35, o sea, 500 Euros y 4 puntos, posible inmovilización del vehículo y una sonrisa del agente mientras os dice “pues se acostó usted fino”. Y eso sin tomar el vermut, que más de uno lo hace para quitar la sed de la resaca. Hace 10 horas que os fuisteis a dormir y todavía da positivo, lo que demuestra que dormir la mona sólo vale para no seguir haciendo el tonto en público más de lo necesario, pero no para quitar la borrachera. Para no dar positivo con esas cuatro copas hacen falta, al menos, 11 horas, y para hacerlas desaparecer completamente unas 13-14 horas. Y eso comiendo sin vino en casa de la suegra.

Ya vale por hoy, que esto da para mucho. En la próxima entrada veremos lo que os preocupa realmente, que es cuánto se puede beber y lo de engañar al etilómetro. Pero de momento, mejor que no bebáis si vais a conducir.




lunes, 31 de agosto de 2015

UNA VIDA EN RUINAS


Cuando comencé con este blog lo hice, entre otras razones, con la intención de contar esos casos curiosos que se presentan en mi trabajo, aquellos que se salen de lo que para nosotros es cotidiano y que, a pesar de ello, a vosotros también os causarían sorpresa y admiración. Con curiosos no quise decir divertidos, que también los hay, y cometí el error de comenzar con “El trío peculiar”, que creó unas expectativas jocosas que no siempre se van a dar.
En esta ocasión el caso no es divertido, y además siento decir que se sigue produciendo en este momento y que el final es incierto aunque me temo que no será bueno, como no lo fue el comienzo.
En marzo de este año acudió a nosotros un niño de 18 años, (permitidme que lo califique así debido a mi edad y a sus circunstancias) que nos pedía una ambulancia porque se había estrellado esa mañana con una bici contra una pared y le estaba doliendo la rodilla de modo que cojeaba. Mientras esperábamos a la ambulancia nos contó que, en el plazo de dos semanas, había tenido un intento de suicidio con pastillas, una caída desde un segundo piso y ahora el accidente de bici, y que creía que debía de estar gafado porque todo esto no podía deberse a la casualidad. Había cumplido los 18 años en febrero y su madre, en vez de ponerle las velas, le había puesto en la calle. Nos dijo que al principio se había ido a dormir a Cáritas pero ahora ya dormía en la calle. El modo de contar las cosas, imposible de reflejar en un papel, junto con su comportamiento mientras esperábamos a la ambulancia (largo e inconveniente de poner por escrito) a nosotros ya nos dio que estaba de psiquiatra y así se lo hicimos saber a los miembros de la ambulancia.
Días después, otros compañeros de mi turno intervinieron con él porque se encontraba en estado catatónico y los de la ambulancia ya les comentaron que no era la primera vez que lo encontraban así. También nos enteramos de que su madre no lo había echado de casa, sino que había sido detenido por agredir a su madre y el juez le había puesto una orden de alejamiento. A los pocos días fue detenido nuevamente por incumplir la orden de alejamiento.
Unas semanas después lo detuvimos en compañía de un conocido delincuente y toxicómano robando bicicletas y en otra ocasión ayudándole a quemar contenedores, afición habitual de su amigo, que presumía de que el chaval era su protegido, y preferimos no imaginar cual sería la contrapartida por la “protección”.
Cada vez que teníamos contacto con él, generalmente por su estado catatónico, nos decía que vivía en la calle y, como se encontraba como un zombi, lo llevábamos al hospital para su valoración psiquiátrica. En una de estas ocasiones me enteré de que su historial psiquiátrico es más largo que un día sin pan, los ingresos en psiquiatría constantes y sus patologías psiquiátricas son tantas que es más fácil decir cuáles de ellas no padece. En cada una de estas ocasiones hacíamos un nuevo informe para que los Servicios Sociales contactaran con él y le dieran, o intentaran darle, una salida.
Descubrimos que había un grupo de gente que, con toda su buena intención, le proporcionaba bocadillos o le pagaba un desayuno, pero pronto se cansaron de ello porque supieron que no acudía a las citas con las trabajadoras sociales, entre otras cosas porque mientras se encontraba alimentado no tenía necesidad de otro tipo de ayudas. Dormía en la calle pero como el clima estaba siendo poco frío tampoco tenía necesidad de abrigo. Le habían ofrecido alojamiento en un centro de inserción y lo había rechazado y los trabajadores sociales de Cáritas no conseguían convencerle de que no podía seguir así. No aprovechaba ninguna oportunidad y no se daba cuenta de que necesitaba ayuda. Posiblemente no sabía (y no sabe) que necesitaba y necesita ayuda.
Ha acabado uniéndose a un grupo de toxicómanos y alcohólicos cuya única misión en la vida es beber litronas todo el día. Ya nadie llama cuando está mal. Ya se ha convertido en un fantasma para la sociedad. Ya ha entrado en barrena.
A este niño lo vi en una foto en la revista del instituto de mi hija, dos años menor que él, y se me cayó el alma a los pies. Un día me fui a hablar con los servicios sociales para ver si había algún modo de ayudarle mediante una incapacitación o un internamiento forzoso en algún centro psiquiátrico. En Servicios Sociales me atendió de maravilla un conocido que no sabía nada del chaval pero se comprometió a informarse y me envió un correo que os transcribo:

Respecto a XXX te informo que justamente cuando tú estabas conmigo, en la sala de al lado, había una reunión de la Comisión Provincial Socio-sanitario y me ha dicho (el jefe de Servicios sociales) que este caso ha sido la estrella de la reunión y cómo, entre todas la instituciones que estaban en ella, se recoge la impotencia de ver que un muchacho de 18 años se está autodestruyendo y causando mil problemas de todo tipo. Así mismo, la compañera del CEAS me ha comentado toda la historia familiar y las numerosas intervenciones que se ha tenido con esta familia desde varias entidades de servicios sociales. Ya te contaré.

Unos días después me comentó que iban a contactar con el forense jefe para intentar incapacitarlo pero lo de la justicia es lento y los jueces son poco amigos de mojarse en determinadas cuestiones. Supongo que tendrán sus razones para ello y no entro a valorarlo, que cada uno hace su trabajo como sabe, puede y le dejan. Mientras tanto, sigue con su rutina de litronas y quién sabe si de otras cosas, ninguna de ellas buena.
Yo no le doy un año de vida. Si lo supera con la ayuda de su “protector” vivirá una vida miserable, sin techo, sin futuro, sin amigos, sin familia. Creo que me equivoco al llamarlo vida.

Aquí dejo este caso de hoy, a medias, sin finalizar (o tal vez sí), pero tenía que contarlo.



jueves, 25 de junio de 2015

UNA COMUNIÓN INOLVIDABLE


Hace ya algún tiempo nos invitaron a ir a una Comunión por la vía de urgencia, con luces y sirenas cual feria mayor de pueblo, porque, según nos decían, el tío de una de las primocomulgantes (no tienen un nombre oficial, así que me lo invento) se quería llevar a la niña por la fuerza. El aviso no dejaba de ser extraño porque, de ser así, lo normal es que el padre, la madre o algún otro familiar le hubiera dado al tío la comunión laica, pero como ya estamos acostumbrados a que cuando llegamos a los avisos la realidad difiere sustancialmente de lo que nos han comunicado, no le dimos más importancia y allá que íbamos, con la mente abierta.


  Al llegar a la iglesia no se veía jaleo en el exterior, así que supusimos que el cristo, como iglesia respetable que era, se encontraba en el interior. Nada más bajar del coche salió de la iglesia una señora diciendo a voces que aquello era una vergüenza y que el muy hijoputa tenía que estar en la cárcel. Nos quedamos sin saber a quién se refería, que ese calificativo y ese deseo son aplicables, conjunta o indistintamente, a numerosas personas, porque al ruido de las voces de la susodicha y de nuestra presencia comenzaron a aparecer como por encantamiento más personas dando voces y con un lenguaje más propio de un partido de fútbol con el árbitro en contra del equipo local que de una iglesia en día de Primera Comunión. Nos costó hacerles entender que nosotros, que ya se sabe que somos simples y de no más luces que las del coche, tenemos en la cabeza dos orejas por la Gracia de Dios y por aquello de la simetría facial, pero el interior sólo aloja un escaso cerebro incapaz de procesar una información multicanal. La presencia de otras cinco patrullas que empezaron a poner un poco de orden y de silencio hizo que las cosas comenzaran a clarificarse, al menos en lo que se refiere a saber quienes eran los protagonistas principales de la historia, cuando los elementos de la muchedumbre empezaron a hablar de uno en uno.


Nos costó un poco entender lo que había ocurrido y no os voy a aburrir con todo el proceso que seguimos y las diferentes versiones de los hechos que nos contaban los protagonistas y testigos, que cada uno contaba la película a su manera según el interés familiar que tenía en ella, hasta que conseguimos enterarnos del problema y sus consecuencias, que os resumo seguidamente para que veáis la mala uva y la poca cabeza que tienen algunos y algunas:

Padre y madre divorciados y nuevamente emparejados (con otra pareja, claro está). Hijos en común con custodia compartida, alternando la custodia por semanas y coincidiendo que la custodia le toca al padre justo el fin de semana de la Comunión y decide que la madre no pinta nada ese día y no deja que se haga una foto con la hija. Discuten, los ánimos se caldean y el hermano de la madre dice que por sus c****** se hacen la foto la madre y la hija y agarra a la niña para llevarla con su madre. Al padre no le gusta la idea, se enfrenta, se arma la tangana y alguien nos llama porque el tío se quiere llevar a la niña.

De los comentarios, reproches, insultos, imprecaciones y declaraciones varias dedujimos que esto mismo había pasado exactamente al revés un par de años antes en la Comunión de la hija mayor, cuando la madre no dejó hacerse la foto al padre porque ese día la custodia le tocaba a ella. Y el padre, que tiene memoria y mala leche, estaba esperando esta ocasión para devolverle la gracia. Según parece, tras una tangana más o menos similar, la madre permitió entonces las fotos del padre y la hija mayor, así que esta vez tuvimos que mediar para que se repitiera la escena a la inversa, y la madre se pudiera hacer las fotos con la hija menor y dejar que la ceremonia, en la que había más criaturas inocentes implicadas, se pudiera celebrar en la paz del Señor.

Si la intención de los padres era que su hija tuviera un recuerdo imborrable del día de su primera Comunión, estoy seguro de que lo consiguieron. Y también de la vileza de sus progenitores.



P.D.: Buscando en internet he visto que las Comuniones son causa de muchas broncas, porque hay infinidad de noticias de peleas tanto en la ceremonia como en el ágape posterior, aunque los desencadenantes son muy variados.
Y he encontrado una de hace tres años, más o menos la época de la que cuento, muy similar a la mía y que ocurrió ¡¡a 100 metros de la casa de mi madre!!.

http://www.salamanca24horas.com/sucesos/69262-una-comunion-termina-en-una-pelea-con-tres-heridos-y-un-detenido

Está claro que en todas partes cuecen habas.

martes, 26 de mayo de 2015

EL RESCATE DE LOS PATITOS



Un aviso que se repite tres o cuatro veces cada primavera en Siberia, y supongo que en las demás ciudades que tienen el privilegio de tener río, es el del hallazgo de un grupo de patitos junto a mamá pata que, sepa usted cómo, han llegado hasta una rotonda, patio de comunidad de vecinos o atrio de iglesia sin haber sufrido daños, y ya no pueden salir de ahí porque el tráfico o las condiciones del lugar harían a los pobres animales aptos sólo para relleno de almohada o edredón. A veces no es que lleguen, sino que mamá pata ha buscado un lugar seguro para poner sus huevos y que deja de serlo cuando nacen sus polluelos. Y, cómo no, nos toca ir a nosotros a su rescate.
Como yo de esto no tengo ni idea, le he preguntado a los rescatadores por el procedimiento a seguir, y me comentan que, siempre que sea posible, dejan que la naturaleza, que es muy sabia, siga su curso y que mamá pata y sus patitos suelen solucionar el problema del mismo modo que lo han creado. Pero, a veces, hay circunstancias excepcionales que obligan a rescatar.
Si el río queda cerca y las circunstancias lo permiten, lo más fácil es espantar y pastorear a mamá pata y su familia hacia el río, cortando el tráfico para evitar pisotones hasta que llegan a la orilla, formando un cortejo insólito que provoca las sonrisas amables de los viandantes y hasta las de los conductores que son obligados a detenerse por otros compañeros que van regulando el tráfico al paso del peculiar rebaño.




Pero si están lejos o las cosas se complican ya tienen que actuar de un modo más drástico y menos apropiado, pero no queda más remedio, muy a su pesar.
Lo primero que hacen es conseguir una caja en algún establecimiento para meter los patitos, cuestión que, a veces, no es nada fácil si es domingo o festivo. Una vez logrado el primer objetivo hay que esperar a que mamá pata se despiste, porque suele tener malas pulgas y, como buena mamá, tiende a defender a sus polluelos con fiereza. Entonces aprovechan para coger a los patitos, que generalmente no suelen dejarse de buen grado, y los meten en la caja y pasan de mamá pata que, como se verá, se vale por sí misma, como todas las mamás de este mundo.
Un detalle muy importante: la caja debe permanecer en todo momento abierta por arriba de modo que mamá pata, si se marcha volando, pueda mantener contacto visual y auditivo con sus polluelos. Y, por esto mismo, el traslado hasta el río hay que hacerlo a pie y no en coche. Afortunadamente no suelen estar a más de 700 u 800 metros del río, que llegar más lejos sería una proeza para ellos, y una fatiga para nosotros. Mamá pata puede ir volando controlando la ubicación de los patitos, o como ocurrió hace unos días, puede ir más o menos detrás del compañero que lleva la caja. En este caso también hay que ir cortando el tráfico para que mamá pata pueda seguir sin problemas al transportista del nido.



Una vez llegados al río hay que soltar a los patitos y esperar a que mamá pata se reúna con ellos, que es inmediato cuando va caminando detrás del compañero o puede tardar tres o cuatro minutos si va volando y quiere asegurarse de que no hay peligros.
Pero la odisea no acaba aquí. Como los patitos han llegado o han quedado depositados en el lugar que nos ha parecido más conveniente (o sea, el más cercano), puede darse que estén en el territorio de otros patos, que me cuentan que son muy territoriales, y que éstos se sientan ofendidos por la invasión, lo que va a hacer que ataquen a los recién llegados y estos se tengan que esconder entre la vegetación. Los compañeros, siempre en defensa de la integridad física del débil, se tienen que limitar espantar a los agresores, porque detenerlos no está permitido y, además, no pueden ponerles los grilletes al carecer de muñecas.
Cuando mamá pata ve que el camino está despejado de peligros se echa al río seguida de sus vástagos y, nadando poco a poco, que hay que ver qué bien lo hacen, se alejan con destino a un territorio propio o a buscar un lugar seguro donde poder continuar su vida y dar alegría al río con su presencia.


 Os dejo un par de vídeos cortos con rescates de patitos. No había ninguno de Siberia, así que conformaos con estos americanos, que lo hacen igual de bien que nosotros:

Un rescate de patitos:



Evitando atropellos:


martes, 5 de mayo de 2015

EL CORZO DEL PORTUGUÉS


Afortunadamente, algunos seres humanos todavía tienen impulsos que les llevan a realizar buenas acciones aunque, desgraciadamente, estos buenos impulsos pueden complicar la vida y la situación para acabar teniendo el mismo final, o peor, que si en lugar del corazón se hubiera utilizado la cabeza desde el primer momento. Voy a explicarme:
Tarde de un 1 de enero, casi nada: media España disfrutando de un día de fiesta, y la otra media de sobremesa en casa de la suegra. En nuestras dependencias se presentó un portugués, bigote incluido, que le contó al compañero de la puerta que, a unos 20 Km de la ciudad, se había encontrado, inmóvil en medio de la carretera, un corzo joven supuestamente atropellado porque tenía las patas traseras rotas y, para evitar que fuera nuevamente atropellado, lo había recogido y quería hacernos entrega del animal para su curación. Lo primero que pensó el compañero fue: “a ver a quién c****** encuentro yo un 1 de enero, que no esté con resaca, para hacerse cargo del bicho”; y luego pensó que para eso estaba el Jefe de Servicio y lanzó el balón para arriba. Ya estaba liada.
Tengo que reconocer, aunque esto me cree enemigos, que mi primer pensamiento fue  deliciosamente gastronómico y, lamentablemente, lo tuve que descartar porque los 2 compañeros expertos en los menesteres de fogones estaban de vacaciones y fuera de la ciudad. Seguidamente pensé que, en las condiciones en que venía el corzo, la mejor opción era llevarlo a un descampado a darle el paseo y quitarle los seguros sufrimientos a él y los posibles mareos a nosotros.
Pero el Jefe de Servicio, actuando de modo profesional, comenzó por llamar a un compañero que estaba trabajando y que habla portugués (sí, en mi trabajo también hay gente que habla idiomas aunque no lo creáis) con la excusa de recabar la información lo más detallada posible, pero con la intención real de aprovechar la circunstancia para permitir que el compañero practicara la lengua de Saramago, que las ocasiones escasean y no hay que desperdiciarlas. Además pidió a la sala de comunicaciones que contactara con el Centro de Recuperación de Animales a ver si había alguien disponible para hacerse cargo de la triste víctima. Casi me dio la risa al oírlo: evidentemente, no había nadie. Pero como la ciudad es pequeña y siempre hay alguien que conoce a alguien, a través de teléfonos particulares se localizó a uno de los empleados del Centro que nos dijo que ellos se ocupan de especies en peligro de extinción y no de corzos en peligro de muerte, que son cosas diferentes aunque puedan parecerse.
El siguiente paso fue contactar con el SEPRONA, por eso de la experiencia con la naturaleza. Pero la realidad de la tarde de un 1 de enero volvía a ser tozuda y, como era de esperar, no había nadie. El Guardia Civil de la central telefónica, haciendo un favor, llamó a uno de los miembros de la sección a su teléfono particular (otra vez la ayuda de las amistades) y éste nos remitió a la Guardería Forestal de la Taifa Autónoma, donde volvimos a comprobar que un 1 de enero es mala fecha para ser, simultáneamente, corzo y víctima de un atropello.
El último paso fue llamar a alguno de los veterinarios del Ayuntamiento. Yo pensaba que era una broma porque jamás habían venido cuando habíamos tenido casos con animales, pero hete aquí que uno de ellos cogió el teléfono y puso toda su disposición para acudir a atender al corcillo. Yo, de natural malpensado, supuse que el veterinario también había tenido una idea deliciosamente gastronómica, porque para prestarse a acudir un 1 de enero a atender a un corzo atropellado, sólo podía ser eso o un extraño propósito de Año Nuevo.
Entretanto, había que hacerse cargo del bicho para que el buen portugués pudiera seguir su camino y eso suponía otro problema: no teníamos material adecuado para esta situación. No teníamos una triste cuerda para atarlo, aunque poca falta le hacía, ni una jaula, ni siquiera podíamos meterlo en nuestro garaje porque los parásitos del corzo pueden afectar a los perros de la Unidad Canina. Al final, el pobre corzo quedó atado con una cinta de balizamiento a la puerta de nuestras dependencias, dando una maravillosa imagen navideña a los transeúntes.


La última vez que vi al corzo se apreciaba que el corazón le latía muy deprisa y estaba intentando beber de un cuenco que le habíamos puesto a su lado. Mi compañero dijo, con su habitual optimismo, que eso era una buena señal. Yo pensé que taquicardia y sed tenían pinta de hemorragia interna, pero para eso estaba el veterinario, que llegó poco después y dijo, con un inigualable ojo clínico, que el corzo, salvando las fracturas, estaba bien y que iba a buscar las llaves de no sé dónde para llevárselo. A los 5 minutos el malvado corzo decidió contradecirlo por su cuenta. Cuando volvió el veterinario se limitó a levantar la bolsa de basura con la que estaba tapado y certificó lo que ya sabíamos todos: que el corzo estaba muerto y que él se había quedado sin merienda. Espero que no hubiera llamado todavía a muchos compañeros de mantel, que es desagradable tener que anular una celebración como esa.
El último despropósito del día fue que el servicio de limpieza (y de recogida de animales muertos) no empezaba su trabajo hasta las 11 de la noche, y el corzo tuvo que estar tres horas tapado con la bolsa de basura para que a todos los paseantes que lo habían visto antes con curiosidad e interés les quedara claro el triste final.
Si el buen portugués, usando la cabeza (y las manos), simplemente hubiera retirado el corzo fuera de la carretera, la naturaleza habría seguido su curso normal para deleite y aprovechamiento de alimañas y no habría alterado innecesariamente la tranquilidad administrativa de un 1 de enero.
Pero como de toda experiencia hay que intentar sacar conclusiones positivas, en esta ocasión fue la de saber a qué veterinario no tenemos que llevar nuestra mascota, especialmente si es un corzo.

domingo, 12 de abril de 2015

EL TRÍO PECULIAR


Una de las razones de ser de este blog era la de contar esos casos que se salen de lo que en mi trabajo ya es normal para mí, y como la anterior entrada fue sobre violencia de género, voy a empezar con un caso sobre este tema, concretamente con el más antiguo, para darle un orden cronológico que no se mantendrá en futuras entradas. Allá vamos:

Sobre las 11 de la mañana nos llamó la portera de un edificio diciendo que tenía refugiada en su vivienda a una joven extranjera que había sido agredida por su pareja y por un amigo de éste. Las casualidades del trabajo hicieron que estuviéramos muy cerca mis dos compañeros, Pepe y Luis, y yo, que a veces vamos tres en vez de dos por causas que ahora no hay que contar.

Lo primero fue subir a casa de la portera para que, dada su condición, nos contara qué había ocurrido y, tanto ella, que ya estaba enterada (no podía ser menos), como la joven, nos dijeron que el novio y un amigo la habían agredido y que ella se había defendido como su naturaleza le dio a entender. A continuación, y como la joven se encontraba en lugar seguro, fuimos al piso del novio y allí nos abrieron él y su amigote, llenos ambos dos de arañazos y algún golpe más que menos, y nos contaron que habían tenido una larga noche de drogas y sexo salvaje en trío y que al final, no recuerdo el motivo, se habían enfadado, discutido y sacudido mutuamente. Y a la vista estaba que la joven sabía cómo hacerlo.

Mientras mis compañeros identificaban a los dos amigos yo me fui a ver otra vez a la joven para aclarar los motivos de la trifulca, informarle del proceso de la denuncia si lo consideraba oportuno e intentar que se identificara, porque antes no había querido y me estaba temiendo que la razón era que su estancia en España no estaba legalizada. También solicité una ambulancia porque había alguna gota de sangre en las escaleras y en el piso de la portera y no se le veían heridas, lo que me hacía sospechar que había lesiones por debajo de la falda.

Tras un rato de charla y de ganarme su confianza, conseguí que me entregara su pasaporte y al verlo tuve que sacar el jugador de póquer que casi todos los de mi oficio llevamos en nuestro interior para situaciones comprometidas, procurando que mi cara no reflejara emociones. Además de lo que vi en el pasaporte, pude comprobar que su estancia en España era ilegal.

En ese momento apareció Pepe y le comenté que la situación era complicada. Me dio la razón y añadió algo sobre las agresiones mutuas, como si fuera esa la causa de la complicación y entonces le enseñé el pasaporte. A Pepe, peor jugador de póquer, se le escapó un “¡ahí va, la ostia!” al ver que la moza, en realidad, se llamaba José Manuel, y le mudó la color al imaginar el tipo de trío que habían estado haciendo toda la noche. Yo preferí no imaginarlo.




Cuando Pepe se fue a comunicar el hallazgo a Luis y a decirle que aquí no había violencia de género, sino otra cosa que calificó de un modo que no puedo reproducir en un lugar serio como éste, llegó la dotación de la ambulancia, y yo, inocentemente, solicité a la médico que explorara a la víctima debido a la presencia en el suelo de sangre de origen desconocido. Se metieron en una habitación y la médico salió a los pocos segundos con la cara desencajada y los ojos desorbitados como si hubiese visto algo fuera de lo normal (que no lo descarto) y diciéndome “¡pero si es un tío!”, de donde se deduce que ella tampoco jugaba al póquer, y yo me limité a contestarle “pero se siente mujer”, que le hizo comprender que yo ya tenía esa información y que se la había jugado. La portera, también inmutable como buena jugadora de póquer, se frotaba las manos pensando en el partido que iba a sacar a esa información, y la de buenos ratos de conversación que iba a pasar gracias a ella.

Al final acabaron todos en comisaría con denuncias cruzadas por las lesiones y no por violencia de género al impedirlo precisamente “aquello” que alteró a la médico en su exploración. Además, José Manuel se quedó detenida por estancia ilegal a la espera de un expediente de expulsión que nunca se produjo. Durante el traslado en el coche a comisaría, José Manuel iba sentada a mi lado y, ya reconfortada, se intentaba agarrar a mi brazo halagando mi belleza (lo juro) y mi bondad (la médico no compartía esa opinión) mientras yo intentaba, con gran dificultad, que corriera el aire entre nosotros durante un trayecto que se me hizo eterno. Eso me trajo algún cachondeo posterior entre los compañeros pero, por fortuna, se olvidó pronto.
Cuando salía de comisaría me venía a la mente la coplilla popular anónima:

La quise llevar al río
pensando que era mozuela,
resultó ser un tío
y por poco me la cuela.


lunes, 2 de marzo de 2015

VIOLENCIA DE GÉNERO (CAPÍTULO INFORMATIVO Y EDUCATIVO)


Entre los casos curiosos que se dan en mi trabajo hay algunos de violencia de género. Y digo curiosos porque calificarlos de divertidos o graciosos no se corresponde con la percepción que los implicados tienen del episodio. En próximas entradas comentaré algunos de ellos que, aunque parezcan de fábula, son reales como el texto que estáis leyendo. Pero hoy no toca aventura, sino que va a ser una entrada didáctica para que sepáis de qué va la cosa, cómo funcionamos ante un caso de violencia de género y que podáis entender los matices de los casos que narraré. Y de paso que alguno se mire al espejo y se pregunte por el trato que le da a su legítima, o que alguna se mire al espejo y valore el trato que recibe de su legítimo. Vamos a ello.
Para los no iniciados en las artes legales hay que explicar que la violencia de género es aquella que ejerce contra una mujer el gañán que por el hecho de haber mantenido con ella una relación sentimental (no confundir con semental) se piensa que ella es de su propiedad y la puede tratar como le parezca, con agresiones físicas o verbales, amenazas, humillaciones, desprecios, coacciones o control de su vida, amistades, llamadas de teléfono, formas de vestir, etc. Es un concepto relativamente amplio que puede incluir hasta el hecho de ventosearse ante la mujer si ella se siente la destinataria del sonoro acto. En serio, que hay una sentencia en este sentido:


Cuando hay un aviso de violencia de género, la consecuencia inmediata para el gañán es que le hacemos una invitación, que no admite rechazo, a pasar una noche a gastos pagados en una habitación sin vistas y con la única decoración de un colchón y una manta convenientemente desinfectados. Por supuesto, con derecho a bocata si llega antes de que cierren el bar de Paco, que es el que los prepara, y si es musulmán puede pedir que no sea de jamón. Si no es musulmán no pasa nada porque el bocata no suele ser de jamón.

En la Ley Contra la Violencia de Género hay, entre otras, una cosa buena: a los polis, que ya se sabe que no somos muy listos, nos lo pone fácil y no nos da opción a pensar alternativas y en cualquier intervención en la que la mujer haya sido agredida (incluidos zarandeos o empujones) o se sienta amenazada o insultada, tenemos claro que el maromo se viene detenido, con las manos en la espalda y unas pulseras metálicas ajustadas, y no hay medias tintas. Hay algún detenido que no se lo acaba de creer y se piensa que las cámaras de vigilancia de los calabozos son para un programa de cámara oculta (me lo han llegado a preguntar en un par de ocasiones). Pues no. El ruido metálico del cierre de la celda, que no se olvida, es mano de santo para devolverlo a la realidad y sumirlo en un periodo de reflexión sobre lo sucedido. Después, a media mañana, lo recibe el/la juez y si la mujer ha pedido orden de alejamiento, y al juez le parece razonable, se encuentra con que, aproximadamente durante 6 meses, no puede acercarse a menos de 500 metros de la que ya no es su casa y que para recoger el cepillo de dientes, las llaves del coche y la bici de montaña tiene que pedir permiso al juez y, posiblemente, ir acompañado de la policía. O sea, que desde ese momento tiene que volver a casa de papá y mamá, si viven a más de 500 metros, porque se queda en la p*** calle y en muchos de los casos no va a tener dinero para un alquiler, que los sueldos son lo que son. Además, aunque al cabo de unos días la mujer decida que quiere un reencuentro con su Manolo por aquello del apretón (no es broma, que a veces ocurre como ya veremos en su momento), la orden de alejamiento sigue en vigor por el periodo que haya ordenado el juez y su incumplimiento, aunque consentido o incitado por la mujer, está penado. Así que no hay vuelta atrás, ni para ella ni para él. Y como Manolo se columpie un pelo se va unos meses a Villa Trena a pensión completa. Así de crudo.

Además, con o sin alejamiento, hay otras consecuencias que ya no conozco tan bien porque no entran en mi competencia y que suponen, o pueden suponer, divorcio exprés, pérdida de la patria potestad y/o de la custodia de los hijos, pago de pensiones, antecedentes……. Vamos, que cuando la mujer se harta y denuncia, a su Manolo le prepara un agujero fenomenal. Por majo.

Por cierto, un matiz muy importante: esto sólo funciona así cuando el agresor es varón y la agredida es mujer. Si no es así ya no es violencia de género y la cosa cambia.

Ya sabéis.

P.S.: Ahí os dejo un tríptico para identificar la violencia de género elaborado por uno de nuestros Reinos de Taifas.



sábado, 7 de febrero de 2015

DECLARACIÓN DE INTENCIONES (LUEGO YA VEREMOS)

En el año 2009 abrí un blog con una finalidad subversiva que ahora no viene al caso y que por circunstancias se quedó en nada. Todavía tengo acceso a ver el blog con su página virginal pero no puedo editarlo porque he olvidado los datos que utilicé. Eso me pasa por haberme rajado en su momento.

En aquella ocasión también pensé utilizarlo para contar algunas de las aventuras y desventuras que ocurren en mi trabajo y que, aunque a mí ya me parecen normales en la mayoría de los casos, para las personas que me rodean son curiosas y, a veces, divertidas. Otras veces no son tan divertidas, pero todo se andará. Así saciaré el deseo de algunas de ellas de saber qué ocurre en mi trabajo, que no todo es poner denuncias a los obreros ni estar en los bares.

Ahora he pensado retomar aquella idea y añadir otras cuestiones un poco más personales (sin entrar en intimidades, ya lo advierto para los de mente calenturienta) con motivo de mi vuelta a la niñez/adolescencia mediante el oneroso sistema de la ortodoncia. Mis dientes, que nunca han estado colocados del todo, han comenzado un proceso de migración que amenaza con finalizar en la despoblación de las encías y me he decidido a poner remedio, más que nada para tenerlos colocados y cuando tenga que reponerlos mediante implantes, o lo que la tecnología nos depare en un futuro, que los huecos estén ordenados y facilitar el trabajo al dentista y seguramente a mi bolsillo y a mi estética (que aunque fea es la mía). Con esa excusa inicio mi periplo pseudoliterario hasta que me canse de escribir.

Seguramente añadiré otros capítulos de cosas que vayan surgiendo y espero no meterme en berenjenales políticos, deportivos u otros que puedan ser polémicos y molestar a los lectores que pudiera llegar a tener. Y si alguien se molesta no tiene más que decirlo y buscaremos algún punto de acuerdo, que la vida no está para perder amistades.

En este momento desconozco la periodicidad de mis escritos. Imagino que según vaya teniendo cosas que contar. A veces será semanal y otras estaré un par de meses sin escribir, dependiendo de las ganas que tenga y del material que haya disponible.

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