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martes, 5 de mayo de 2015

EL CORZO DEL PORTUGUÉS


Afortunadamente, algunos seres humanos todavía tienen impulsos que les llevan a realizar buenas acciones aunque, desgraciadamente, estos buenos impulsos pueden complicar la vida y la situación para acabar teniendo el mismo final, o peor, que si en lugar del corazón se hubiera utilizado la cabeza desde el primer momento. Voy a explicarme:
Tarde de un 1 de enero, casi nada: media España disfrutando de un día de fiesta, y la otra media de sobremesa en casa de la suegra. En nuestras dependencias se presentó un portugués, bigote incluido, que le contó al compañero de la puerta que, a unos 20 Km de la ciudad, se había encontrado, inmóvil en medio de la carretera, un corzo joven supuestamente atropellado porque tenía las patas traseras rotas y, para evitar que fuera nuevamente atropellado, lo había recogido y quería hacernos entrega del animal para su curación. Lo primero que pensó el compañero fue: “a ver a quién c****** encuentro yo un 1 de enero, que no esté con resaca, para hacerse cargo del bicho”; y luego pensó que para eso estaba el Jefe de Servicio y lanzó el balón para arriba. Ya estaba liada.
Tengo que reconocer, aunque esto me cree enemigos, que mi primer pensamiento fue  deliciosamente gastronómico y, lamentablemente, lo tuve que descartar porque los 2 compañeros expertos en los menesteres de fogones estaban de vacaciones y fuera de la ciudad. Seguidamente pensé que, en las condiciones en que venía el corzo, la mejor opción era llevarlo a un descampado a darle el paseo y quitarle los seguros sufrimientos a él y los posibles mareos a nosotros.
Pero el Jefe de Servicio, actuando de modo profesional, comenzó por llamar a un compañero que estaba trabajando y que habla portugués (sí, en mi trabajo también hay gente que habla idiomas aunque no lo creáis) con la excusa de recabar la información lo más detallada posible, pero con la intención real de aprovechar la circunstancia para permitir que el compañero practicara la lengua de Saramago, que las ocasiones escasean y no hay que desperdiciarlas. Además pidió a la sala de comunicaciones que contactara con el Centro de Recuperación de Animales a ver si había alguien disponible para hacerse cargo de la triste víctima. Casi me dio la risa al oírlo: evidentemente, no había nadie. Pero como la ciudad es pequeña y siempre hay alguien que conoce a alguien, a través de teléfonos particulares se localizó a uno de los empleados del Centro que nos dijo que ellos se ocupan de especies en peligro de extinción y no de corzos en peligro de muerte, que son cosas diferentes aunque puedan parecerse.
El siguiente paso fue contactar con el SEPRONA, por eso de la experiencia con la naturaleza. Pero la realidad de la tarde de un 1 de enero volvía a ser tozuda y, como era de esperar, no había nadie. El Guardia Civil de la central telefónica, haciendo un favor, llamó a uno de los miembros de la sección a su teléfono particular (otra vez la ayuda de las amistades) y éste nos remitió a la Guardería Forestal de la Taifa Autónoma, donde volvimos a comprobar que un 1 de enero es mala fecha para ser, simultáneamente, corzo y víctima de un atropello.
El último paso fue llamar a alguno de los veterinarios del Ayuntamiento. Yo pensaba que era una broma porque jamás habían venido cuando habíamos tenido casos con animales, pero hete aquí que uno de ellos cogió el teléfono y puso toda su disposición para acudir a atender al corcillo. Yo, de natural malpensado, supuse que el veterinario también había tenido una idea deliciosamente gastronómica, porque para prestarse a acudir un 1 de enero a atender a un corzo atropellado, sólo podía ser eso o un extraño propósito de Año Nuevo.
Entretanto, había que hacerse cargo del bicho para que el buen portugués pudiera seguir su camino y eso suponía otro problema: no teníamos material adecuado para esta situación. No teníamos una triste cuerda para atarlo, aunque poca falta le hacía, ni una jaula, ni siquiera podíamos meterlo en nuestro garaje porque los parásitos del corzo pueden afectar a los perros de la Unidad Canina. Al final, el pobre corzo quedó atado con una cinta de balizamiento a la puerta de nuestras dependencias, dando una maravillosa imagen navideña a los transeúntes.


La última vez que vi al corzo se apreciaba que el corazón le latía muy deprisa y estaba intentando beber de un cuenco que le habíamos puesto a su lado. Mi compañero dijo, con su habitual optimismo, que eso era una buena señal. Yo pensé que taquicardia y sed tenían pinta de hemorragia interna, pero para eso estaba el veterinario, que llegó poco después y dijo, con un inigualable ojo clínico, que el corzo, salvando las fracturas, estaba bien y que iba a buscar las llaves de no sé dónde para llevárselo. A los 5 minutos el malvado corzo decidió contradecirlo por su cuenta. Cuando volvió el veterinario se limitó a levantar la bolsa de basura con la que estaba tapado y certificó lo que ya sabíamos todos: que el corzo estaba muerto y que él se había quedado sin merienda. Espero que no hubiera llamado todavía a muchos compañeros de mantel, que es desagradable tener que anular una celebración como esa.
El último despropósito del día fue que el servicio de limpieza (y de recogida de animales muertos) no empezaba su trabajo hasta las 11 de la noche, y el corzo tuvo que estar tres horas tapado con la bolsa de basura para que a todos los paseantes que lo habían visto antes con curiosidad e interés les quedara claro el triste final.
Si el buen portugués, usando la cabeza (y las manos), simplemente hubiera retirado el corzo fuera de la carretera, la naturaleza habría seguido su curso normal para deleite y aprovechamiento de alimañas y no habría alterado innecesariamente la tranquilidad administrativa de un 1 de enero.
Pero como de toda experiencia hay que intentar sacar conclusiones positivas, en esta ocasión fue la de saber a qué veterinario no tenemos que llevar nuestra mascota, especialmente si es un corzo.

7 comentarios:

  1. Tras el final triste y la conclusión positiva viene a mi mente una canción que puede quedar bien como colofón de la historia, "los corzos por el monte corren que vuelan..." la tocábamos en Magisterio con la flauta y es como un himno no oficial, a lo "Gaudeamus igitur" o mejor "la barraqueta que no té trespol" de D. Benjamín.

    Muy interesante, ¡ "gastronómico" ! ja,ja.

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    1. Lástima, no la conocía o la habría puesto al final. Para otra vez te consulto.

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  2. Historia sin final feliz, pero la estupenda manera de narrarla, la hace un poco menos triste.

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    1. MUCHAS GRACIAS por tu comentario. Las historias divertidas son más fáciles de contar y llegan más pero, desgraciadamente, son las menos en mi trabajo. Siempre dije que iba a contar historias curiosas aunque casualmente la primera fue divertida. Habrá de todo en el futuro. Me alegro mucho de que te haya gustado.

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  3. Ana Alonso Martín18 de mayo de 2015, 23:31

    A mí también me ha gustado la historia, aunque me da mucha pena del pobre animalillo.
    Yo creo que en Siberia y siendo 1 de Enero, te mueres aunque no te hayan atropellado, pero de frío !!!

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    1. Muchas gracias. Tendré que compensar la pena causada con otra de animales y final feliz, aunque no la tenía pensada. Espero que sea dentro de unos días cuando la perfile.

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  4. ¡¡¡Qué buena idea para un cuento!!! ¿Qué te parece, Jota? La historia de un corzo pequeño cuya madre es atropellada por un vehículo y él se enamora de una princesa y... ah, no, ¡esa es otra historia!

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