Una tarde calurosa de primavera nos llamaron para acudir al
cementerio. El aviso no estaba muy claro y no sabíamos si el que llamaba era el
encargado municipal o el cura de la capilla y no sabíamos si nos llamaban por
un robo o porque tenían problemas con una persona. Este tipo de llamadas
confusas son frecuentes y dan una cierta emoción a nuestro trabajo: no sabemos
si al llegar tendremos que sacar el talonario de denuncias o la pistola. Tanto
da.
Al llegar al cementerio fuimos directamente a ver al
encargado, que parecía lo más lógico, y que resultó ser el autor de la llamada
aunque lo había hecho en nombre del cura, que no tenía teléfono en la iglesia y
la tecnología del móvil todavía no había llegado a su alcance. Tampoco supo
darnos muchas explicaciones, así que tuvimos que ir a pedirlas a la iglesia,
que es donde se pide habitualmente.
El señor cura nos relató que un joven había estado en la capilla
y que, tras marcharse con una cierta prisa, parecía que también se había
marchado con un par de objetos litúrgicos (sin más aclaraciones, como si fuéramos expertos en la materia) porque no los encontraba en su sitio. Nos dio las características del joven y
nos dijo que, en vez de irse por patas hacia la calle, se había ido hacia el
interior del cementerio, cosa poco normal si había mangado algo de valor.
A partir de ese momento tocaba buscar al mozo entre tumbas,
nichos y panteones, que hay unos pocos, y ver cómo reaccionaba ante nuestra
presencia y cómo nos las arreglábamos para cachearle sin tener muy claro si se
había llevado algo o no, que resulta un poco violento lo de registrar a alguien si luego resulta que no ha hecho nada y que suele mosquearse por ello. Pero para eso nos pagan,
así que al lío.
No fue difícil localizar nuestro objetivo porque la
descripción fue bastante precisa, especialmente en lo concerniente a una gorra
roja, que nosotros pensábamos, haciendo tanto calor, que iba a ser una visera y
resultó ser una gorra al estilo Ignatius Reilly y que ya nos hacía entrever que
al personaje le podía faltar un minuto de microondas. Se
encontraba de rodillas, junto a una pequeña mochila, limpiando una lápida con
absoluta dedicación y, al ver que nos acercábamos, nos sonrió mientras se ponía
en pie para entablar diálogo con nosotros: “Buenas
tardes, agentes. Estoy limpiando el sepulcro de mi madre”. “Buenas tardes, señor. Es una noble
dedicación para un hijo”, le contestó mi compañero mientras yo cogía su
mochila “¿Le importa que veamos lo que
tiene en el interior?” le pregunté, y ante la ausencia de respuesta procedí
a abrirla sin que el mozo pusiera objeción alguna.
En el interior me encontré, además de una botellita con algo de agua y un poco
de comida, un acetre y un hisopo de latón muy oxidado que, obviamente, eran los objetos litúrgicos sustraídos, que no creo que nadie los lleve por gusto en la mochila, con lo que
pesan.
Ignatius Reilly, genial protagonista de un libro imprescindible. |
Lo primero que pensé al ver el botín es que ya teníamos al
autor; lo segundo, viendo lo oxidados y corroídos que estaban el acetre y el
hisopo, es que cómo no le daba vergüenza al cura tener semejantes piezas para
su uso cotidiano; y lo tercero es que qué oportunidad más buena estaba perdiendo
el cura para renovar el material de la capilla si llega a denunciar el robo y
cobrarle al seguro. Mientras me encontraba en estas reflexiones, y sin haber
llegado todavía a sacar los trastos de la mochila, el joven comenzó a
excusarse: “Ya me imaginaba que venían
por eso. No pensaba llevármelo; sólo quería bendecir la tumba de mi madre, que
me hacía mucha ilusión, y luego lo iba a devolver”. Eso nos dejaba claras
otras dos cosas: que no nos habíamos equivocado con lo del microondas y que,
visto el infame estado de los objetos, no pretendía hacerse rico con su venta.
Lo de devolverlos ya era otra cosa pero nuestra clarividencia no llega a tanto. “Y ¿por qué no le has pedido al cura que lo
hiciera él? Ahora te has metido en un lío” le preguntó compasivamente mi
compañero, más por el estado mental que apuntaba que por las consecuencias del
hecho. “Pensé que no iba a querer venir y
he aprovechado el descuido para cogerlo y llenar un poco la botella en la pila del agua
bendita”. Vamos, que el mozo se había agenciado el pack completo de
bendecidor.
Para los que todavía estaban en duda, esto es un acetre y un hisopo. Pero en este caso son de plata. |
Tomamos los datos de su identidad, le retiramos el botín y
le dijimos que la denuncia dependía del cura y que sería bueno que le pidiera
perdón por las molestias causadas porque, tratándose de un cura, tal vez le
perdonaría y se evitaba más problemas. El joven se comprometió a ello una vez
que acabara de limpiar la tumba de su madre y la de su padre, que estaba un
poco más alejada. Y justo antes de irnos nos pidió un favor que no pudimos
negarle: echó un poco de agua de la botellita en el acetre, introdujo el hisopo
y bendijo la tumba.
Devolvimos los aperos al cura y le explicamos la situación
dejando de su mano la posibilidad de formular la denuncia, aunque para ir
suavizando la cosa ya le explicamos que era un hurto de muy poco valor viendo
el penoso estado de los objetos (pullita va) y el no mejor estado mental del autor,
que seguramente iba a dejar el hecho en nada más que en un ir y venir al
juzgado, con las molestias, el tiempo y el trabajo que eso supone para todos. El cura
entendió la situación y dijo que no iba a denunciar para evitar más problemas al
joven, y más si tenía el coraje de ir a disculparse.
Acetre antiguo. |
Hisopo antiguo |
Algo más tarde volvimos por el cementerio. El cura ya no
estaba y fue el encargado municipal el que nos confirmó que el joven se había presentado
a pedir perdón. Bien está lo que bien acaba.
Desconozco los requisitos para bendecir: no sé si el agua
bendita pierde sus propiedades o las mantiene cuando la usa cualquiera o si el
uso de los objetos litúrgicos está restringido a los sacerdotes. Pero en este
caso, independientemente de los requisitos y vistas las circunstancias del muchacho, espero que la bendición fuera
efectiva.
"...al personaje le podía faltar un minuto de microondas."
ResponderEliminarGenial.
Espero que algún día puedas recopilar todas estas historias en un libro y hacerte un superventas.
Buena idea, superventas no sé, pero he visto por ahí algún libro parecido y con menos chicha.
EliminarAmén
ResponderEliminarUn Ignatius "local" desafiando las leyes... ¿benditas? Muy bueno y gracioso.
ResponderEliminarpor cierto, escribí sobre este libro hace tiempo, al inicio del blog, está en valencià pero por si a alguien le interesan 4 frases e ideas u opiniones. Se entiende, ¡que todo viene del latín! (además hay traductor)
Eliminarhttps://hoanghoat.blogspot.com.es/2010/07/la-conjura-de-los-necios-ignatius-i.html#comment-form
Eliminarsi no lo pones... ja,ja