Hace unos días me llamó un amigo para decirme que le habían
robado en el chalet. Como lo utiliza como segunda vivienda era un objetivo
fácil para los cacos, pero de escaso o nulo resultado porque no había nada de
valor en su interior. No hubo más daños que la ventana de acceso, el
correspondiente desorden y el susto del suceso, así que poco hay que contar.
Pero durante la conversación me vino a la memoria el robo en un chalet al que
tuve que acudir hace unos años y que todavía recuerdo para desgracia de su
propietario. Os lo cuento:
Manolo, un contratista dedicado a la reforma de viviendas durante
la burbuja inmobiliaria, regresaba en coche junto a su mujer y sus hijos de sus
vacaciones de un mes en el mar Sibérico, que es el que queda más cerca de
Siberia, y cuando estaba a 30 km de su casa le saltó en el teléfono móvil la
alarma de robo, que ya es mala suerte. Inmediatamente nos dio el aviso
correspondiente y allá que fuimos dos patrullas, que para eso estamos. Como era
cerca de medianoche y en verano no hay casi circulación, llegamos en poco más
que un suspiro al chalet, el último de una fila de adosados situada junto a un
talud.
En un primer vistazo no había nada anormal: puerta y
ventanas cerradas y persianas bajadas tanto en la planta baja como en el primer
piso. Como había luz en varios de los adosados vecinos decidimos llamar a uno
de ellos para ver la parte de atrás, y el propietario, en un acto solidario y
no exento de curiosidad y emoción por vernos en acción, nos permitió el paso
hasta los patios traseros, que estaban separados por un pequeño muro de fácil
escalamiento para gente ágil y en buena forma como nosotros, aunque preferimos
usar la escalera de mano que nos ofrecían. Por la parte de atrás tampoco se veía
nada raro, pero el vecino nos señaló la proximidad del talud al tejado del
chalet de marras y nos dijo que había una claraboya por la que se podría
acceder y que no se veía desde abajo, así que tocaba subir al talud a comprobar
la integridad de la dichosa claraboya.
Mientras la otra patrulla subía al talud, Manolo volvió a
llamar para decir que estaba entrando en Siberia y que llegaría en pocos
minutos por lo que, mirando por su integridad física, los compañeros del talud
se iban a quedar sólo a controlar el tejado y los patios, que saltar hasta el
tejado era fácil pero con un cierto riesgo que no merecía la pena correr, que
lo del paracaidismo todavía no lo dominamos a pesar de nuestras múltiples e insospechadas habilidades. Mientras mi compañero y yo esperábamos la llegada del dueño a la
puerta del chalet para entrar con él, los compañeros nos dijeron que la
claraboya parecía cerrada y que aquello tenía pinta de ser una falsa alarma.
Tal como nos había anunciado, Manolo se presentó en pocos
minutos, le pusimos al tanto de la inspección exterior y nos dijo que tenía
alarmas en todas las ventanas y que había una centralita en el recibidor donde
podríamos ver cuál de ellas había saltado. Abrió la puerta, se dirigió a la
centralita y nos confirmó que la alarma disparada era la de la claraboya. Desde
el recibidor se veía parte del salón y de la escalera y con el primer vistazo
se me cayó el alma a los pies: se veían cajones abiertos, objetos por el suelo
y ropa en casi todos los escalones. Si la claraboya estaba cerrada, y con la
rapidez de nuestra llegada, la probabilidad de que los cacos hubieran cerrado
desde el interior para que no se les viera y se encontraran todavía dentro del
chalet era muy alta, por lo que había que hacer una revisión completa de la
vivienda y de sus recovecos. Lógicamente, Manolo nos cedió el paso, más por
precaución que por cortesía, para que fuéramos por delante haciendo nuestro
trabajo.
A pesar de mi sensación de impotencia, desolación y ultraje (como
cada vez que veo las consecuencias de este tipo de pillajes) me empezaron a
extrañar varias cosas: en el salón, además de cajones abiertos, había vajilla
en la mesita; en la cocina había sartenes y más vajilla desordenada sobre la
encimera y la mesa; en la escalera había una acumulación anormal de toallas,
camisetas y hasta dos calzoncillos, que lo lógico es que hubieran estado en
alguna habitación; y Manolo, en lugar de estar soltando tacos y nombrando a la
parentela de los choros, como es habitual y comprensible en estas situaciones,
nos seguía en un silencio sepulcral que contrariaba todas las leyes de la lógica
en una persona a la que acaban de reventar la casa. Como ya me olía la tostada,
con toda la delicadeza que pude le hice un sencillo comentario-pregunta: “usted dirá si observa alguna diferencia entre
cómo estaba su casa cuando se marchó de vacaciones y cómo está ahora…”, a
lo que Manolo contestó con toda la naturalidad del mundo que “la verdad es que esta casa nunca se ha
caracterizado por el orden, pero de momento no veo nada anormal”. Mi
compañero y yo nos miramos levemente con cara de póquer, que para eso somos profesionales,
y seguimos con nuestra búsqueda como si fuera la casa más normal del planeta.
No me extenderé más en describir el desastre del resto de la
casa: camas deshechas, ropa sucia por los suelos en todas las habitaciones,
trastos por todas partes… Lo más ordenado era el garaje, que también hacía las
veces de trastero. Por supuesto, comprobamos que la claraboya estaba
perfectamente cerrada y que no había nadie en la casa, confirmando así que había sido una
falsa alarma. Cuando salimos a la calle todavía estaba la mujer con los niños en
el coche y su gesto al mirarnos mostraba una cierta vergüenza, que para esto
del orden y la limpieza y para el “qué
dirán” las mujeres son, generalmente, más miradas que nosotros.
A mi compañero todavía no se le ha pasado la impresión a
pesar del tiempo transcurrido y cada vez que recordamos el caso hace ciertos comentarios
en los que siempre incluye, por lo menos, uno de los términos pocilga,
cochiquera, estercolero, gallinero, cuadra, vertedero, muladar, escombrera o
palomar, aderezados con adjetivos y juramentos que son absolutamente
irreproducibles en un lugar serio como este.
He visto bastantes casas asaltadas y ninguna estaba tan
desordenada y revuelta como esta. Aunque pensándolo bien, como sistema
antirrobo puede llegar a ser muy útil: si un caco mira por la ventana antes de
entrar, seguro que se da la vuelta pensando que otros colegas ya se le han adelantado. En este caso, yo lo
habría hecho.
Y como de todos mis casos intento sacar algo positivo, al
menos ya sé a quién no contratar el día que haga una reforma en mi casa que, si
trabaja como vive, no quiero ni pensar en la chapuza que me puede hacer.
¡Venga, a ordenar la casa!
Cuando me tocó ser presidente de mi comunidad de vecinos, el vicepresidente se encabronó en hacer una reunión en su casa, que en la calle hacía frío. Cuando entré en su casa casi vomito al ver como la tenía. Las pelusas de mierda se acumulaban bajo las sillas, la cocina era una pila de trastos sucios y bolsas de basura, la mesa donde nos teníamos que apoyar, tenía tal capa de polvo, que cuando quitó el «Marca» del día de la inauguración del mundial 82, el polvo en suspensión provocó un ataque de tos masivo que no hizo si no empeorar la situación. En fin, menos mal que tenía las vacunas al día, porque jamás en la vida he visto tanta mierda concertada en un sitio. No te envidio nada, creeme, jajajaja
ResponderEliminarPues unas cuantas vemos como esa por circunstancias diversas.
EliminarTu comentario me da una idea para alguna entrada futura, más que sobre un caso concreto, sobre las diversas cerderías que vemos y olemos en nuestro trabajo. Tengo que madurarla.
Gracias por el comentario y por la idea.
Genial JJ, como siempre!!!
ResponderEliminarSi lo leyera el protagonista no opinaría como tú.
EliminarMuyas gracias por leerme.
Gran relato "detectivesco", me has desasosegado, ¡voy corriendo a ordenarlo todo!
ResponderEliminarNo me extraña tu desasosiego. Si no recuerdo mal, tu también fuiste víctima hace muchos años de uno de estos casos (de desorden delicuencial, no de desorden propio).
EliminarUn abrazo.
Creo que lo que más me ha gustado ha sido imaginar vuestra cara al recorrer la casa, e ir dándoos cuenta de "la realidad"... y tener que aguantaros la risa. Esa sutil pregunta de “usted dirá si observa alguna diferencia entre cómo estaba su casa cuando se marchó de vacaciones y cómo está ahora…” acompañada de cara de póker...
ResponderEliminarPues te equivocas. La verdad es que en el momento no nos hizo ni pizca de gracia. Buscar un supuesto caco en una casa ordenada es más fácil que entre aquella cerdería y hasta que no revisamos en cualquier tipo de alarma no estamos seguros de que no haya nadie y el revoltijo siempre dificulta las cosas. Así que te aseguro que no fue divertido, sino sorprendente e impactante.
EliminarDe todas formas, me alegro de que a ti te divierta. Eso es que eres ordenada.
Un beso y muchas gracias.