El final de muchas de nuestras intervenciones es en el juzgado. En la
mayoría de los casos este final está cantado porque, como somos simples
patrulleros que no nos dedicamos a la investigación, a nuestro cliente lo pillamos
in fraganti o la evidencia lo deja sin escapatoria. Pero a veces las cosas no
son como parecen, en el juicio se les da la vuelta y el resultado es
impredecible, como en el caso que os cuento a continuación.
Hace muchos años acudimos a un accidente de una moto contra una farola.
Allí estaba el dueño de la moto, conocido por sus amigos como “El Indio”, que nos dijo que era el
conductor y que, como podéis imaginar, tenía algo más que un pedete lúcido. En
el suelo estaba el acompañante, menor de edad, conocido por sus amigos como “Pelopincho”, que no nos dijo nada porque
estaba bastante fastidiado a consecuencia del tortazo y de la descomunal borrachera que traía puesta.
Además, se había meado encima y resultaba demasiado desagradable al olfato como
para acercarse y hacer muchas preguntas.
A El Indio le hicimos la prueba
de alcoholemia y dio, como era de suponer, bastante positivo y, tras responder
a sus preguntas sobre las consecuencias judiciales del accidente y de la
alcoholemia, comenzó a plantearnos la hipótesis de que fuera Pelopincho el conductor de la moto y no
él, pero al final volvió a reconocerse como conductor porque Pelopincho no tenía permiso de conducir,
era menor, y su estado era calamitoso además de aromático.
El día del juicio me sorprendió que, a pesar de nuestro impecable atestado
clarificador, hubiera citados muchos testigos y algunos peritos, pero cada cual
plantea su defensa como puede. En primer lugar, entró a declarar El Indio como acusado y luego Pelopincho como perjudicado al haber sufrido
lesiones en el accidente y además, para sorpresa nuestra, actuaba como
denunciante. Luego entró mi compañero a ratificarse en nuestro atestado y el
siguiente en entrar iba a ser yo, pero mientras me llegaba el turno entabló
conversación conmigo uno de los peritos, que debía aburrirse durante la espera
y me contó cosas…
A continuación, me tocó el turno para entrar y ratificarme en nuestro genial atestado,
pero cuando finalicé y me senté junto a mi compañero le dije “esto se va a
poner divertido, porque le hicimos la alcoholemia a El Indio y conducía Pelopincho”.
Me miró sorprendido pero se dispuso a ver el espectáculo que yo le había
vaticinado.
Tras los testigos era el turno de los peritos, y el primero en entrar
fue el que estuvo hablando conmigo. Era un perito especializado en accidentes
de tráfico presentado por la defensa de El
Indio, y en el juicio contó lo que me había contado (y enseñado, que todo
hay que decirlo) a mí: en un accidente de moto a alta velocidad (superior a 60 km/h ), el conductor se
estrella contra el obstáculo y el acompañante sale catapultado por encima del
conductor; en cambio, en los accidentes a baja velocidad, como era el caso, el
acompañante sufre distensiones en el interior de los muslos al aplastarse
contra el conductor, mientras que el conductor sufre lesiones en las muñecas al
recibir el impacto del manillar y posteriormente en las caderas y crestas
iliacas al caer de la moto de lado. Resulta que Pelopincho reclamaba lesiones en una muñeca y tenía un
desplazamiento pélvico que afectaba a los esfínteres (por eso se meó tras el
accidente), lesiones que concordaban con las propias del conductor. La verdad
iba apareciendo y la mirada de la madre de Pelopincho
se iba enfureciendo según miraba a su hijo.
En ese momento, le tocaba el último turno de declaración a la estrella
del juicio, la médico (o médica) forense del juzgado que, por su neutralidad, podía desmontar o ratificar la declaración del perito. Pero no hizo falta.
Comenzó a leer su informe sobre las lesiones con datos objetivos: “...el conductor, D. (Pelopincho), presenta
lesiones en su muñeca derecha….”. Automáticamente el juez cortó su
declaración: “Espere, espere Sra.
Forense, que precisamente estamos en saber quién era el conductor, y en principio
D. (Pelopincho) es el acompañante”. La forense miró rápidamente sus notas y
dijo: “Cuando le pregunté a D.
(Pelopincho) cómo se había hecho las lesiones, me dijo que conduciendo una moto
y así lo he reflejado en mi informe. Además, las lesiones se corresponden con las habituales
en un conductor de moto accidentado, así que no cabe duda”.
Pelopincho había
metido la pata hasta el fondo el día que habló con la forense y, con la guardia
baja, le había contado la verdad. Si las miradas matasen, la madre de Pelopincho habría conseguido evitar hasta las futuras reencarnaciones
de su hijo, que no sabía dónde meterse. A El
Indio se le veía aliviado y relajado al verse libre de una condena segura y
de la descomunal indemnización que le pedía su ex amigo. Y eso que lo había
tapado.
Al final, El Indio salió absuelto,
pero se tuvo que pagar el abogado y pasó unos meses acongojado hasta celebrar
el juicio; y Pelopincho salió sin
amigos, casi sin madre, sin indemnización y con pañal durante una temporada.
Nada más eché en falta un procesamiento por falso testimonio o por denuncia falsa a Pelopincho, pero eso es cosa del juez y
del fiscal, que ellos tendrían sus razones para dejar las cosas como las dejaron
y yo no me meto en su trabajo.
Nosotros hicimos nuestro atestado con lo que había, pretendiendo hacer lo justo, pero como dijo mi
compañero al acabar el juicio: la justicia, con sus caminos insospechados, le acaba llegando a cada uno a su manera.
Impresionante historia de tu laboro, (como suelen ser) me he quedado prendado con la mirada de la madre de Pelopincho evitando reeencarnaciones, ja,ja.
ResponderEliminarSaludos.
Igual contar esto te lo ha inspirado Iñaki o Blacky o Esperanza...
Pues que conste que, en algunas ocasiones, he puesto entradas en el blog aprovechando la actualidad, pero en este caso ha sido casualidad y la verdad es que viene muy al pelo. No se me había ocurrido.
EliminarGracias por la apreciación.
Muy bueno.
ResponderEliminarSimplemente es la realidad,que tiene gran facilidad para superar a la ficción.
EliminarGracias.
Si indio ser engañado por pelopincho, sheriff llevar ante justicia para aclarar culpas. Brillante western J.
ResponderEliminarSi fuera un western, Pelopincho estaría lleno de plumas después de pasar por un barril de alquitrán. Los sheriffs de allí hacen justicia de otra manera.
EliminarGracias.
Angelitos...
ResponderEliminarComo siempre, magnifico relato, que no mejoraría ni G. Márquez, que no he podido leer hasta ahora y con el se viene poner de manifiesto lo dicho por R. de Campoamor de que "nada es verdad ni mentira, todo es del color del cristal con que se mira", a lo que yo me atrevo a añadir, " sobre todo cuando el juez es miope y el forense tiene vista cansada "
ResponderEliminarHasta la próxima, J.J.
Me siento abrumado con tu comentario, que me anima a seguir contando cosas que pasan.
EliminarMuchas gracias por leerlo y comentarlo.