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jueves, 21 de junio de 2018

La estupidez humana es infinita.


Albert Einstein dijo hace muchos años que la estupidez humana es infinita. Nosotros lo comprobamos diariamente. A veces en varias ocasiones. Hoy también lo podréis comprobar vosotros.
El antónimo de nuestro protagonista

Una mañana se presentó un joven a denunciar unos daños sufridos en su vehículo. Por lo que contó a los compañeros, siempre en un tono de “coleguita”, un fulano le había golpeado por detrás al salir de una rotonda y después del accidente, en vez de detenerse a ver los daños, se había marchado. Dijo que intentó seguirlo durante un rato para pararlo hasta que llegó a un polígono industrial cercano y lo perdió de vista.
El comportamiento desenfadado, recostándose sobre la mesa, y la forma de expresarse desinhibida, de barra de bar y bastante maleducada y chulesca, además de determinados datos que no concordaban bien en la historia, hicieron que los compañeros, más toreados que una vaquilla de fiestas de pueblo pobre, sospecharan que la película que contaba no era del todo verdad y que podía haber un cierto componente herbáceo en la sangre del “colega” afectando a sus neuronas, en el caso de tener alguna. Los daños que reclamaba en la parte trasera del coche tampoco parecían causados en un alcance así que, mientras le iban tomando declaración, otro compañero hacía las gestiones oportunas para localizar al conductor del vehículo supuestamente culpable y que le contara qué había pasado. Con la matrícula facilitada por el jovencito, y gracias a nuestra maravillosa base de datos, fue posible encontrar el teléfono del dueño del coche fugado y hablar con él. 


El otro conductor contó que el joven denunciante le había adelantado en una rotonda y se le había cruzado “a lo bestia” (paradójica expresión cuya interpretación es poco clara pero perfectamente entendible) y que después había frenado bruscamente sin ningún motivo aparente haciendo clavar los frenos a todos los demás. Creía que los coches no habían llegado a tocarse pero, en cualquier caso, no era posible que hubiera daños. Como le dio la impresión de que el joven estaba colocado (nada que ver con tener trabajo) y que su comportamiento al volante y fuera del volante no era normal, prefirió poner tierra por medio y, al ver que el joven le perseguía, se había pasado todos los semáforos en rojo para escapar debido al miedo que le entró. Al salir de la ciudad, y como su coche era de bastante más potencia que la del perseguidor, consiguió dejarlo atrás y perderlo de vista. Este reconocimiento espontáneo de múltiples infracciones encadenadas daba a entender que, muy posiblemente, lo que contaba era cierto.

Como Siberia es muy pequeña, dio la casualidad de que la mujer de uno de los compañeros que atendían al joven también había visto y sufrido la conducción de nuestro protagonista. Al pasar por delante de nuestro edificio reconoció el coche del mozo, que estaba aparcado a la puerta, y llamó a su marido para contarle lo que le había sucedido.


Llegados a este punto, uno de los compañeros, que ya era incapaz de cerrar los muslos tras aguantar los modales del jovencito, le preguntó sonriente si tendría algún inconveniente en que le realizaran una prueba de alcoholemia, y éste, eufórico, le dijo que le podía hacer lo que le saliera de los mismísimos (literal). Como era de esperar, la prueba dio resultado negativo y eso animó al mozo, que se iba creciendo cada vez más a costa de mis compañeros, a los que creía estar tomando el pelo.

Lo que no se esperaba es que la semana anterior les habían traído la maquinita para hacer pruebas de drogas y los compañeros estaban deseando estrenarla. Al explicárselo se le empezó a cambiar la cara y a quitar la tontería. Resulta que había consumido algo el fin de semana y temía que eso pudiera dar positivo. Cuando le dijeron que siendo así no tenía de qué preocuparse, que la maquinita detectaba sólo lo de las últimas horas, ya le entraron los nervios y los sudores, y más todavía cuando el resultado del estreno fue positivo. O sea, tanta máquina y tanta tecnología para llegar a la misma conclusión a la que habían llegado los compañeros tras escucharle durante un par de minutos. Al menos, los 1.000 euritos de multa amortizan el material, el papeleo y el tiempo y la paciencia empleados. Además el coche se lo llevó la grúa al depósito y, como no podía ser menos, con los gastos por su cuenta, por supuesto. Y siempre con una amable sonrisa de los compañeros, que no debe faltar nunca en estos casos de atención al público.

Una de las maquinitas para detectar drogas

Pero como no hay pastel sin guinda, esa mañana se encontraba trabajando la unidad canina con los perros de detección de drogas, así que, tras el resultado positivo en la maquinita los compañeros les avisaron porque había un posible cliente para el perro.

El joven, ahora milagrosamente reconvertido en persona educada y temerosa de Dios y de nosotros, no osaba moverse ante la presencia del perro, que comenzó a olisquearlo hasta que se detuvo con su hocico justo ante esas partes que antes se le habían hinchado a los compañeros para indicar dónde llevaba escondido el chocolate. Sin leche, por cierto. Incautación, y otra denuncia. Así quedó puesta la guinda.

En resumen: un lucimiento absoluto. Subestimando a los guardias, que ya se sabe que no son muy listos, quiso que le ayudaran a arreglar un golpe del coche a costa de un pringado y se encontró con denuncias por conducir fumado y por tenencia de drogas, sin coche, sin arreglo del golpe, y sin chocolate.

La parte positiva es que se le pasó la tontería y aprendió modales de modo instantáneo, que algo tenía que llevarse de bueno por ese precio. Pero dudo de que el efecto sea permanente. El tiempo nos lo dirá.

Lo contaron a su manera los del periódico. Palabra de Dios.

* El marcaje lapa, desarrollado y patentado por mi compañero de promoción Javier Macho (que me ha pasado la foto), se está implantando en una gran parte de las unidades caninas de detección de drogas de las policías españolas y comienza a extenderse en el extranjero. El perro se queda inmóvil con la trufa (el hocico, para entendernos) pegado en el punto más cercano al objetivo, sin morderlo ni tocarlo. Más información en http://marcajelapa.com/index.html